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Las últimas horas antes de la gran batalla

Un conductor en el Cuerpo de Servicio del Ejército Real (RASC) escribe a casa a su madre d

Un conductor en el Cuerpo de Servicio del Ejército Real (RASC) escribe a casa a su madre desde una trinchera en el Desierto Occidental, el 24 de octubre de 1942.

Mientras Montgomery esperaba para lanzar su ataque en El Alamein, el ejército fue llevado discretamente hacia adelante para sentarse en la línea de partida. Los tanques fueron camuflados como camiones. En algunos casos, los camiones habían sido estacionados en su lugar en el desierto durante días, estos fueron cambiados gradualmente por tanques camuflados y las huellas de las orugas fueron borradas. Nada traicionaría el amasamiento enorme de fuerzas a la observación aérea.

 

Harold H. Moon describe las medidas adoptadas para ocultar la infantería durante las últimas 24 horas antes de la batalla:

Más de dos meses habían pasado desde que llegamos a Egipto, porque era ya el 22 de octubre y yo me felicitaba por estar en el mejor sitio para acampar hasta ahora, cuando nos trasladamos a la costa con su refrescante brisa de mar. Ese día, sin embargo, llegó el anuncio que todos sabíamos tenía que llegar, pero que todos habíamos estado temiendo. El batallón fue puesto a desfilar y antes de que realmente nos dijeran, yo sabía lo que iba a suceder. El gran ataque estaba a punto de empezar. Yo tenía razón, nuestro oficial al mando, el coronel Roper-Caldbeck, nos dio la noticia.

Mañana por la noche, 23 de octubre, entramos en acción contra el Afrika Korps”.

Nos pintó un panorama color de rosa, de cómo teníamos superioridad en tanques, aviones y hombres, y cómo se creía que Rommel estaba escaso de gasolina. Teníamos un nuevo comandante, un general Montgomery, que había sido puesto a cargo del Octavo Ejército, con el general Alexander al mando de todas las fuerzas armadas en el desierto. Estos dos hombres estaban seguros de la victoria, dijo nuestro oficial al mando y eso ya era la mitad de la batalla ganada. Sin embargo, éramos tan inexpertos como pilotos de Spitfire en submarinos. El noventa por ciento de nosotros nunca había estado en acción antes.

El batallón entero entraría en la línea del frente, el mismo lugar en el que ya habíamos tenido una estancia sin problemas y el movimiento se llevaría a cabo al amparo de la oscuridad. Allí nos quedaríamos hasta la noche siguiente, el 23, cuando la gran ofensiva de Monty iba a ser lanzada.

Así que la noche nos encontró en las defensas principales, que antes de eso habían estado atendidas por una brigada. Poco después de la medianoche, ese sector del frente contenía nuestra división entera. El enemigo, sin embargo, no lo sabía. Lo que es más, él no llegaría a saberlo, porque se habían tomado todas las precauciones para mantener nuestra presencia en secreto. Se habían cavado trincheras adicionales para nosotros y nos dieron la orden de entrar en ellas, dos hombres en cada agujero.

Mientras otro soldado y yo nos dirigimos al refugio señalado para nosotros, observé que cada zanja estaba cubierta con una lámina de acero corrugado, que se había camuflado para parecerse al resto de del desierto colocando arena encima de ella.

Nos metimos en nuestro agujero y halamos la lámina corrugada a lo largo de nuestras cabezas. Nos habían dicho que nos quedáramos en nuestros agujeros por las próximas veinte horas y bajo ninguna circunstancia debíamos exhibirnos. Esto era en caso que los aviones enemigos vinieran durante el día en un vuelo de reconocimiento y tomaran la fotografía que revelaría el hecho de que una división entera estaba ahora en un sector que normalmente contenía sólo una brigada. Dicha información nos hubiera delatado y Rommel se daría cuenta inmediatamente de que era inminente un ataque.

Era una sensación de incertidumbre, algo así como la espera en la silla de un dentista para que el primero de tus dientes sea extraído, preguntándote si sería tan doloroso como la mayoría de la gente decía, por ello me despedí de las estrellas, la luna y el cielo. Mientras estaba sentado allí en la oscuridad, las preguntas seguían apareciendo en mi mente, las cuales fueron respondidas por el cerebro de todas las maneras grotescas, mientras pensaba en el mañana. No pude hablar con mi compañero de trinchera mientras mi mente estaba llena de pensamientos inquietantes. El sueño por fin echó una mano tranquilizadora y mis temores del mañana fueron golpeados por la fatiga.

Me desperté a la mañana siguiente, acalambrado y adolorido, para encontrar, filtrándose a través de los pequeños espacios donde la lámina corrugada no se encontraba al ras de la arena, tenues rayos de luz. Estaba amaneciendo. En pocas horas empezaría el calor vicioso y la agonía de nuestro confinamiento comenzaría realmente. Tuvimos nuestras comidas con nosotros -en latas-. En el menú había tocino frío, carne de res enlatada y galletas y estas cosas nos tenían que satisfacer hasta que cayera la noche. Entonces tendríamos una comida caliente antes de entrar en acción.

Dolores y malestares por todas partes y el sombrío presentimiento de esa noche una vez más volvió a mi mente. ¿Por qué estos horribles pensamientos no podían mantenerse alejados? Todo ese rumiar me estaba deprimiendo. Lo que necesitaba entonces era algo que me animara, pero mi compañero, y supongo que todos los demás soldados del batallón, también estaba pensando en el ataque de esta noche. Entonces, ¿cómo podríamos alegrarnos entre nosotros? Así las horas pasaron lentamente, cada una trayendo más cerca algo, a lo que en realidad no le tenía miedo, sino algo que me ponía nervioso y aprensivo. Tenía la esperanza que estaría bien durante la batalla, no desde el punto de vista de sufrir una lesión, sino que iba a probarme a mí mismo que no era un cobarde.

Si deseas saber más de la historia de Harold Moon, visita BBC People´s War [La Guerra del Pueblo de la BBC].

Un tanque Crusader con su ‘parasol’ levantado para camuflarlo como si fuera un camión, el

Un tanque Crusader con su “parasol” levantado para camuflarlo como si fuera un camión, el 26 de octubre de 1942.

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