Miles de rusos caen prisioneros
Soldados rusos, a la izquierda, con sus manos a la cabeza, marchan hacia la retaguardia de las líneas alemanas el 2 de julio de 1941, al tiempo que una columna de tropas alemanas se moviliza hacia el frente, en el inicio de las hostilidades entre Alemania y Rusia.
Los ejércitos rusos estaban combatiendo para evitar ser cercados por las fuerzas alemanas en la saliente de Minsk, en Bielorrusia. Los remanentes del Tercero, Décimo y Decimotercero Ejércitos soviéticos estaban intentando escapar por entre la región boscosa y pantanosa entre los ríos Nieman, Zelvianka y Shchara al norte de Derechin.
La escala de las maniobras en la Unión Soviética era mucho más grande de lo que el Alto Mando alemán había manejado previamente en otras campañas y la Wehrmacht no tenía unidades mecanizadas suficientes para cubrir tan grandes espacios de forma efectiva. La distancia entre la salida de las fuerzas alemanas desde Polonia a Minsk era más de trescientos kilómetros y Smolensk estaba a setecientos. Como comparación, en 1940, los tanques alemanes debieron recorrer sólo trescientos kilómetros desde la frontera del Reich hasta la boca del Somme para lograr cortar al ejército francés.
Gottlob Herbert Bidermann, sirviendo en la 132ª División de Infantería alemana, estaba marchando rumbo a la región ucraniana desde Polonia; sus memorias reflejan claramente la brutalidad del Frente del Este con gran detalle y proporcionan una perspectiva de las grandes distancias que los soldados de infantería debían recorrer:
El 1 de julio nos detuvimos a diez kilómetros al oeste de Pelkinie cerca Yaroslav, donde desmontamos y procedimos con dirección al este, la infantería formaba una larga columna yendo a pie, el destino nada envidiable de cada hombre de infantería. Nuestro cañón antitanque se movilizó delante de nosotros a la distancia, arrastrado por un vehículo de orugas Chenilette, capturado durante la campaña francesa.
Nuestros sentidos fueron inmediatamente sometidos por el olor persistente de humo y cenizas y pronto pudimos observar los grandes cráteres y vehículos quemados que mostraban la obra de los aviones en picada Stuka. Finalmente hicimos un alto en un comedor temporal al lado de la carretera donde, bajo la atenta mirada de la policía militar siempre presente, enfermeras suabas de la Cruz Roja servían café frío de una cocina de campaña tirada por caballos y que vaciaron en nuestras tazas extendidas de las cantimploras. En vano se hicieron preguntas sobre las noticias recientes de casa.
Procedimos en una larga columna gris, dejando a las enfermeras de la Cruz Roja atrás y marchamos más lejos hacia el este. Mientras el crepúsculo se instalaba sobre nosotros, localizamos nuestros vehículos y cañones bajo el refugio de una pequeña línea de árboles que escasamente bordeaban el camino estrecho. Se ordenó la protección del camuflaje para los aviones e intentamos cubrir nuestra posición con pequeñas ramas.
Al amanecer fuimos rebasados por columnas de suministros conduciendo a lo largo de una arteria vial con rumbo hacia la distante salida del sol. Pasamos otro día siguiendo las huellas de la unidad de suministros y en las últimas horas de la tarde nos encontramos con el enemigo por primera vez.
El camino polvoriento estaba orlado por columnas interminables de prisioneros rusos con uniformes caqui marrón rasgados, yendo en dirección opuesta. Muchos que no tenían gorras llevaban briznas de paja o trapos atados a sus cabezas rasuradas para protegerse del sol ardiente, algunos estaban descalzos y medio vestidos, dándonos indicación de la rapidez con la que nuestras fuerzas atacantes habían invadido sus posiciones.
Si quieres saber más, lee “In Deadly Combat: A German Soldier’s Memoir of the Eastern Front” [En combate mortal: la memoria de un soldado alemán del Frente Oriental], de Gottlob Herbert Bidermann.
Soldados de infantería alemanes observan los movimientos del enemigo desde sus trincheras poco antes de un avance hacia el interior del territorio soviético, el 10 de julio de 1941.