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Los españoles sufren fuertes bajas, pero resisten

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Un miembro de la División Azul, formada por voluntarios españoles en la Wehrmacht, coloca la insignia ibérica sobre la cruz de uno de sus compañeros, el cabo Marcelino Gil Martin, caído en agosto de 1942. La 250ª División de Infantería española sufrió numerosas bajas en la batalla de Krasny Bor, el 10 de febrero de 1943 –casi un 70% de sus fuerzas totales-.

Después de la gran victoria rusa en Stalingrado, las líneas alemanas en la Unión Soviética se vieron completamente debilitadas, por lo que el Ejército Rojo comenzó a tomar la ofensiva a lo largo de todo el frente oriental. Ahora sería el turno de las fuerzas alemanas en el sector norte para enfrentar al cada vez más poderoso ejército soviético. El 10 de febrero de 1943 se puso en marcha la Operación Polyarnaya Zvezda [Estrella Polar], misma que pretendía llevar a cabo un ataque con movimiento de tenazas cerca de Leningrado -tomando ventaja del reciente éxito de la Operación Iskra- para intentar levantar por completo el sitio de Leningrado.

La ofensiva rusa cerca de Krasny Bor, formó el brazo occidental de la pinza, cuyo sector estaba siendo defendido por tropas de la División Azul española, misma que los soviéticos pensaban sería fácil de derrotar como lo hicieron con las fuerzas de voluntarios italianas y rumanas en Stalingrado. La ofensiva produjo ganancias notables en el primer día, pero rápidamente se paralizó convirtiéndose en una batalla encarnizada. La fuerte defensa de la 250ª División de Infantería, formada por voluntarios españoles, comandada por el general Emilio Esteban Infantes, dio tiempo a las fuerzas del Eje para reforzar sus posiciones.

 

El sargento Ángel Salamanca, miembro de la División Española de Voluntarios, relata como la nieve se llenó de cadáveres de españoles, en lo que hoy se conoce como el “Miércoles Negro” para los integrantes de la División Azul:

Parece que el cielo se va a desplomar encima de ti, que se acaba el mundo, que nadie va a quedar vivo. Faltaban pocos minutos para las siete de la mañana, cuando la artillería rusa inició el castigo sin piedad. Los españoles que estábamos en primera línea corrimos a los búnkeres a cobijarnos de los fogonazos de más de 800 cañones que hacían agujeros tan grandes como plazas de toros. La tierra temblaba y el humo hacía difícil la visibilidad. Estábamos escondidos como ratas en el búnker, a 2.5 metros de profundidad. Todo era ruido, fuego, gritos, lodo, nieve y sangre. El termómetro no subía de los 25 grados bajo cero. Pese al frío, se sudaba, pero no se comía, ni se bebía, ni se fumaba, ni se daban los buenos días.

Muchos oficiales, en labores de vigilancia, fueron alcanzados con los primeros bombazos, dejando sin mando a la tropa. Fue ésta una de las claves de la batalla. Se decía que nunca caía un obús o un mortero donde ya había caído otro. Mentira. Caían por cientos, unos encima de otros, y al explotar esparcían metal caliente en todas direcciones. Cada una de las 800 bocas vomitaba fuego cada 10 segundos, el tiempo necesario para cargar y disparar. Enseguida se sumaron los famosos organillos de Stalin [lanzacohetes Katyusha], camiones con plataformas de artillería que disparaban consecutivamente, provocando un ruido atroz, como si fuesen órganos. Tanto poderío militar para el sector tan reducido por el que se peleaba era una barbaridad.

El fuego de artillería duró más de dos horas, en las que se produjo la mitad de las bajas del día. Al cesar la artillería, comenzaron las pasadas de la aviación enemiga, que hostigaron especialmente a nuestra Quinta Compañía; sólo en el pelotón bajo mi mando hubo una decena de bajas, entre muertos y heridos, en las tres primeras horas. Otras compañías fueron literalmente trituradas.

Pese a que el avance terrestre del Ejército Rojo se produjo por cuatro líneas de penetración con una división en cada una -44,000 hombres en total-, se toparon con serias dificultades. El calor de la artillería había dejado el acceso a nuestras nevadas posiciones como un completo barrizal por donde los carros de combate KV-1 y T-34 quedaban atascados y los esquiadores, empantanados.

Pero más importante fue que no esperaban nuestra respuesta. Creían que tras el bombardeo estaríamos todos muertos. Y lo que hicimos fue salir a nuestros puestos, emplazar las máquinas y recibirlos a fuego limpio. Las órdenes del capitán Palacios eran claras: “¡Resistir y resistir!”.

Aunque la infantería rusa llegaba por oleadas, lo hacía de forma muy desordenada y pudimos repeler los primeros ataques. Había que resistir hasta morir. Pero iban acumulándose las bajas; entre ellas la del alférez Céspedes. Si había heridos, se les evacuaba. Si había cadáveres, se apartaban para no pisarlos y se seguía disparando. El espectáculo era dantesco. Era como para coger una pistola y pegarse un tiro.

Si quieres saber más, lee “Los Combates de Krasny Bor”, de Salvador Fontenla Ballesta.

Lidia Osipova, una rusa anticomunista, era la encargada de una lavandería en Pavlosk, cerca de Leningrado. Ella mantenía un diario desde el inicio de la Operación Barbarroja, relatando sus impresiones de lo que estaba sucediendo en el sector norte de la Unión Soviética. Desde agosto de 1942, estuvo en contacto directo con miembros de la División Española de Voluntarios, registrando los diferentes acontecimientos desde la llegada de la Blau Division [División Azul] y muchas veces resaltando el buen trato que los españoles daban a la población rusa en comparación con la que les daban los alemanes:

Después de varios días de combates por Krasny Bor, el combate terminó… Los españoles y toda la población lucharon con rifles y revólveres. Los rojos no “liberaron” a nadie y no tomaron prisioneros. Conducían los tanques y se estrellaban contra las casas y sótanos donde los rusos se escondían. Los españoles se mantuvieron por encima de cualquier elogio; pararon a los rojos. Las pérdidas de los españoles fueron de hasta el 50 por ciento, pero ellos continuaron combatiendo. Incluso los alemanes los admiran… La población ha cambiado el nombre de Krasny Bor (Bosque Rojo) por el “Bosque de la Carne”. La batalla fue muy pequeña y no tiene ningún significado en el curso general de la guerra, pero a ellos les da lo mismo morir en un “asunto grande” o cuando “no haya novedad en el frente”; y especialmente les agrada hacer frente a los rojos, ya sea con combate o sin él. Nuestro corazón tuvo un respiro y seguimos vivos.

Si deseas saber más, visita Memorias de una rusa sobre la División Azul.

Al final de la batalla, los españoles habían logrado que las fuerzas soviéticas se retiraran al sufrir graves pérdidas -de un total de 44,000 hombres, habían muerto cerca de 11,000- lo que provocó el fracaso de la Operación Estrella Polar en su conjunto. Haría falta casi un año antes de que el 18º Ejército soviético volviera a intentar un ataque directo sobre Leningrado. El 50º Cuerpo de Infantería alemán y en particular la 250ª División de Infantería española, había logrado mantener al Ejército Rojo en el interior del perímetro del sitio de Leningrado, aunque tuvo un costo muy alto en víctimas –los ibéricos sufrieron más de un 70% de bajas en sus fuerzas, perdiendo cerca de 3,600 hombres entre muertos, heridos y prisioneros de guerra-.

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Un soldado español voluntario en el ejército alemán en un receso para tomar su ración de alimentos. Cuando la Wehrmacht empezó a tener fuertes pérdidas en todos los frentes, tuvo que echar mano de voluntarios de otros países aliados a su causa. Aunque España era un país neutral durante la Segunda Guerra Mundial, el general Francisco Franco había enviado una división completa desde el inicio de la Operación Barbarroja en la Unión Soviética para combatir junto con los alemanes, la cual fue conocida como la Blau Division (División Azul).

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El general Emilio Esteban Infantes, comandante de la División Azul española al momento de la batalla de Krasny Bor, donde los españoles voluntarios en la Wehrmacht alemana perdieron más del 70% de sus fuerzas, pero lograron repeler el ataque soviético que pretendía levantar el sitio de Leningrado.

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