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Masacre en Jedwabne

Judíos obligados a lavar el pavimento, en Ucrania, en 1941.

En 1941, Jedwabne era un pequeño poblado polaco al noreste de Polonia de alrededor de 2,400 habitantes. El 10 de julio, la población judía de la ciudad fue masacrada. Los judíos de la población habían sido conducidos a un granero en las afueras de la comunidad para posteriormente prenderle fuego.

 

La Ordnungspolizei alemana había reunido a un número de polacos que, armados, habían logrado detener a más de 300 judíos, los cuales fueron humillados, apaleados y posteriormente masacrados. Rivka Fogel, una testigo de los hechos, describió los momentos aterradores:

Con el estallido de la guerra ruso-alemana en junio de 1941, Yedwabne tenía una comunidad judía de alrededor de dos mil, incluyendo aproximadamente seiscientos judíos de la ciudad de Wizno que había sido destruida con anterioridad. En el primer día que los alemanes entraron en la ciudad de Yedwabne, asesinaron al talabartero Yakov Katz, al costurero Eli Krawiecki, al herrero Shmuel Weinstein, los hombres de negocios Moshe Fishman, Choneh Goldberg y su hijo.

 

Las hermanas, la esposa de Abraham Kubzanski y la esposa de Saúl Binshtein, cuyos maridos se fueron con los rusos después de soportar el castigo horrible a manos de los alemanes, decidieron poner fin a sus propias vidas y la de sus hijos. Se intercambiaron los niños entre sí y juntas saltaron al agua profunda. Gentiles que estaban cerca de ellos las sacaron, pero se las arreglaron para saltar de nuevo y se ahogaron.

 

Los judíos entonces comenzaron a buscar formas y medios para sobrevivir. Mi marido, Yankel Rurz, y yo, junto con nuestros hijos Hershelle y Leibele, nos unimos a la familia Pravde, que también tenían dos hijos, y todos corrimos a un pueblo cercano a cinco kilómetros de Yedwabne. Esperábamos que nuestros amigos entre los gentiles allí podrían ayudar a ocultarnos.

 

Pero nuestros amigos tenían miedo. No tuvimos más remedio que ocultarnos en los campos de maíz. La señora Pravde, con uno de sus hijos y una de los míos, regresó a Yedwabne para averiguar lo que estaba sucediendo allí. Nunca volvieron a los campos. Un día recibimos un mensaje de la señora Pravde, que fue entregado en la casa de uno de nuestros amigos gentiles en el pueblo, el cual nos había permitido dormir una noche en el piso de su casa. Ella nos pidió que regresáramos a la ciudad, porque su conciencia le incomodaba, porque ella estaba en casa y nosotros en los campos. Mientras leíamos el mensaje, un hombre se acercó y dijo: “Huyan rápido. Los maleantes vienen por ustedes”. Los vimos venir, por lo que todos saltamos al sótano. Nos llevaron a punta de pistola, se llevaron todas nuestras pertenencias, metieron a empellones a los hombres en un carro y se los llevaron. Los condujeron a un bosque cercano y ordenaron a los hombres que volvieran sus espaldas. El señor Pravde les rogó para que él y mi marido hicieran Viduy [confesión], lo cual permitieron. Mi marido luego reconoció a uno de los goyim [gentiles], cayó de rodillas e imploró: “me conoces y sabes que no soy comunista. Por favor, no derrames sangre inocente. Ten piedad de mi esposa e hijos”. Sus palabras causaron impresión sobre los asesinos y no los mataron, en su lugar los llevaron a la ciudad.

 

En ese momento había un corregidor de la ciudad con el nombre de Karoliak. Era conocido como el más peligroso, feroz antisemita y criminal. Organizó a todos los criminales y antisemitas, entre ellos el padre e hijo Kuzenietzki, los infames hermanos Yerdanski, y otros bandidos. Les pidieron permiso a las autoridades alemanas para matar a todos los judíos de la ciudad y sus alrededores. Los alemanes les permitieron matar solamente a los comunistas. En ese momento todos los judíos eran considerados comunistas, a excepción de los artesanos, a quienes los alemanes necesitaban para sus talleres.

 

El 10 de julio de 1941 (el 15º día del Tamuz), los judíos de Yedwabne fueron obligados a ir al mercado con escobas en sus manos. Hombres, mujeres, niños, ancianos y enfermos fueron expulsados de sus casas y llevados como ganado al lugar de reunión. Mi marido tomó a nuestros dos hijos y se dirigió allí. Me quedé en casa por un rato para tratar de poner las cosas en orden y cerrar las ventanas y puertas adecuadamente. El Sr. Pravde estaba en su tintorería tiñendo pantalones para un oficial alemán, pensando que esto lo podría salvar. De repente la señora Pravde entró y con un fuerte grito le dijo a su marido, Hayim Yosel Pravde, que escapara. Ella dijo que las cosas estaban mal. Yo también corrí con ellos a los terrenos de la poritz (noble) nos escondimos debajo de los árboles. Podríamos escuchar desde ahí los terribles gritos de un muchacho joven, Joseph Levin, a quien el goyim lo golpeaba hasta la muerte.

 

Los judíos permanecieron en el calor del sol desde las once de la mañana hasta la noche. Seleccionaron a cuarenta personas a la vez y los enviaron al cementerio, donde fueron obligados a cavar zanjas donde fueron enterrados vivos. En la plaza del mercado, los goyim pusieron la estatua de Lenin en un tablón y obligaron a los judíos a acarrearlo y a cantar canciones bolcheviques. Colocaron una piedra grande sobre la cabeza del rabino Avigdor Bialystocki y le hicieron cargarla a través del mercado. Los goyim tomaron a Gitele, la hija de Yudke Nadolnie, le cortaron la cabeza y jugaron con ella como si fuera una pelota. Antes de caer la noche, un hombre con el nombre de Weshilewski vino y pronunció la sentencia de muerte para todos los judíos quemándolos en la hoguera. Además, dijo, “debido a que son judíos decentes, por lo tanto, hemos escogido para ustedes una manera fácil de morir”. Ya habían preparado latas de gasolina y ordenaron a los judíos dirigirse al cementerio. Los goyim, con armas de fuego en sus manos, golpearon y mataron a su derecha e izquierda y luego, finalmente, después de someterlos a todos, empujaron a los judíos al granero de Shelansky que estaba cerca del cementerio. A continuación, vertieron gasolina en el granero y le prendieron fuego. Desde donde nos encontrábamos escondidos, vimos y escuchamos el llanto y lamentos de las personas sufriendo antes de morir.

Después de la guerra, las autoridades polacas llevaron a cabo una investigación sobre la masacre en Jedwabne. La indagación dio lugar a la condena de 12 polacos en 1949 y 1953. Todos ellos fueron encarcelados. La sentencia más larga fue de 15 años de prisión. A pesar de la averiguación, no pudieron aclararse todas las circunstancias del crimen.

 

Si quieres saber más, lee “Neighbors: The Destruction of the Jewish Community in Jedwabne, Poland” [Vecinos: la destrucción de la comunidad judía en Jedwabne, Polonia], de Jan T. Gross.

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