Crece la duda en Alemania después de Stalingrado
Soldados alemanes atienden a un compañero herido en Rusia. Las imágenes triunfales del inicio de la guerra empezarían a ser cada vez menos para los alemanes.
Para una generación que había conocido muy poco más que a Hitler, la fe en sus habilidades era profunda. La propaganda nazi era omnipresente. La creencia en el “destino alemán” y todas las ideas nazis asociadas tenían un aspecto pseudorreligioso. Pero para cada vez más personas en Alemania, comenzaron a desarrollar grietas en su confianza.
En Berlín, Else Wendel era un ama de casa tratando de vivir una vida tan normal como le fuera posible para sus hijos, con su marido lejos en el frente. Su círculo de amistades, la mayoría también con sus esposos en el frente, trataban de evitar hablar sobre la guerra. Pero ahora una de sus amigas acababa de enterarse de que su cónyuge había muerto en Stalingrado. Ella había recibido la notificación oficial y la última carta de su marido:
En el salón me mostró la última carta de su marido desde Stalingrado.
Le pidió que lo perdonara por todo lo que alguna vez pudo haber hecho que le causara daño. Él nunca tuvo en ningún momento la intención de hacerle daño. Era sólo por ella que ahora estaba viviendo y él la amaba más que a su vida. Esto que escribió no se trataba de una frase vacía, porque se ahora se enfrentaba a la muerte, y sólo sería cuestión de días o semanas. Pero siempre que sintiera que su muerte tuviera un propósito, él estaría dispuesto a dar su vida por la Patria. Él le suplicó que nunca se diera por vencido, no importa lo que pudiera, y que criara a sus hijos -el más joven de sólo dos meses de edad- en el espíritu que habían acordado.
Me sacudió por completo. Podía verlo de pie delante de mí con su uniforme de oficial, tan orgulloso y con la Cruz de Hierro en el pecho y las estrellas de un Hauptmann [capitán]. Había sido un hombre fuerte y viril, honesto como el día.
“¿Estaba herido cuando escribió esta carta?”-le pregunté a Edith. “No” -dijo ella rápidamente. “Me han dicho que no estaba herido. Él encontró la muerte con los ojos abiertos. Él estaba perfectamente bien y fuerte”.
Bajé la mirada hacia la alfombra. ¿Entonces qué clase de muerte había encontrado? Como si Edith pudiera adivinar mis pensamientos, me dijo: “Me han escrito que la muerte llegó instantáneamente. Recibió un balazo en la cabeza cuando dobló la esquina de una casa”.
Mientras buscaba desesperadamente las palabras adecuadas, Edith volvió a hablar. “Hay una cosa que me atormenta. He escuchado un rumor de que podrían haber escapado, ¡pero que Hitler lo prohibió!”
Yo estaba asustada. Yo no había oído ese rumor en ese momento. “¡No! ¡Imposible!” -dije-. “Sería simplemente un asesinato. Hitler nunca haría una cosa así. Tú lo sabes, ¿verdad?”
Muy lentamente Edith alzó la cabeza. “No estoy tan segura”-dijo ella en voz baja. “Yo sigo releyendo esa frase en la carta de Albert (‘siempre y cuando sienta que mi muerte sirva a un propósito’), que no suena nada como Albert. Suena como si su confianza estuviese menguando y estaba empezando a dudar”.
Si deseas saber más, busca el título “Hausfrau at War” [Ama de Casa en Guerra], de Else Wendel.
Tumbas alemanas en algún lugar de Rusia. Pocos de los que murieron en Stalingrado recibieron un entierro decente.
En casa en Alemania, los civiles tuvieron que acostumbrarse a los refugios antiaéreos, que la propaganda alemana se jactaba de que estaban bien equipados.