Un cadete soviético resiste entrenamiento en Siberia
Un hospital del ejército soviético en el frente de Volkhov, en 1943.
Millones de hombres pasaron por entrenamiento militar durante la guerra. Sus historias, de cualquier ejército o nacionalidad, todas tienen temas familiares. La pérdida de la privacidad, la disciplina de poca monta, las tareas arduas, el ejercicio físico extenuante, la falta de sueño.
Ivan Yakushin soportó todas estas cosas y más. Como oficial cadete de la artillería en el ejército soviético se encontraba en Tomsk, en Siberia. Aquí había un factor adicional que añadir a los rigores del entrenamiento:
Era mejor que estar en labores de guardia, ya que los tiempos de descanso y de sueño estaban definidos estrictamente en el manual. La comida también era mejor allí. Cuando estábamos de guardia al aire libre, en invierno, nos eran proporcionados sombreros de piel, botas de fieltro y abrigos de lana.
Nos parábamos con nuestros cuellos volteados hacia arriba, tibios y abrigados, incluso en temperaturas de 50 grados centígrados bajo cero. Pero existía el peligro de quedarse dormido. Corte marcial y labores en el frente en un batallón de castigo era el mejor escenario para cualquiera que se quedara dormido en labor de guardia. Así que caminábamos hacia atrás y hacia adelante para mantenernos despiertos.
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El invierno siberiano llegó con sus famosas heladas. La temperatura era a veces tan baja como 50 grados centígrados bajo cero. Estábamos rodando obuses de 122 milímetros de ida y vuelta en la plaza de entrenamiento frente a nuestras barracas. Era difícil ensamblar y desensamblar los cañones pesados en el frío: el pesado bloque de la recámara de un obús de 152 milímetros podía congelarse sobre la piel desnuda de las manos.
También tuvimos dificultades durante el entrenamiento táctico. Nos estábamos congelando hasta nuestros huesos en los campos abiertos de Siberia con nuestros abrigos delgados ingleses. Sólo nuestras piernas se mantenían calientes, con grandes botas de fieltro valenki. Cuando se congelaban, estas botas de fieltro eran tan pesadas que uno podría fácilmente matar a una persona con ellas. Literalmente podía uno quitárselas y usarlas como un arma en una lucha cuerpo a cuerpo en vez de un rifle.
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Durante una sesión de entrenamiento táctico se nos ordenó construir, equipar y camuflar un puesto de observación de una batería en una noche. El lugar del puesto estaba en la ladera de una colina, a unos 6 o 7 kilómetros de la ciudad.
La helada era típicamente siberiana, alrededor de 40 grados bajo cero. Llevamos todo tipo de herramientas para excavar -picos, azadones, palas- y al caer la noche, comenzamos a trabajar. Hemos quitado una capa de un metro de nieve y empezamos a punzar el suelo congelado con picos. Cuando llegamos a suelo blando, sin congelar, estábamos sudorosos y agotados.
Nos dejamos caer en este suelo blando y descansamos por quince minutos. Pero dentro de este corto tiempo, el suelo comenzó a congelarse y tuvimos que tomar nuestros picos de nuevo. Repetimos esta operación varias veces hasta que la profundidad del refugio llegara a cerca de 2 metros.
Luego serramos troncos, planeamos la ubicación del puesto de observación, le construimos un techo y colocamos un periscopio de artillería de campo en el interior. Al amanecer, cubrimos el techo con tierra, ramas de abeto y nieve. Exhaustos pero satisfecho con el trabajo que habíamos hecho, nos dejamos caer en el suelo del puesto y nos quedamos dormidos.
Sin embargo, una amarga decepción nos esperaba en la mañana. El comandante del batallón llegó y nos informó que nuestro puesto había sido visto, por lo que teníamos que construir uno nuevo en otro lugar, con medidas aún más estrictas de camuflaje.
Si deseas saber más, busca el título “On The Roads of War” [En los caminos de la guerra], de Ivan Yakushin.
Soldados soviéticos examinan las botas de invierno hechas de paja usadas por un prisionero en Stalingrado.