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Superando vicisitudes en la Isla Wake

Cazas Grumman F4F-3 Wildcat del Escuadrón de Combate Marino 211 (VMF-211) destruidos, fotografiados en la pista de aterrizaje de la Isla de Wake en algún momento después de que los japoneses capturaran la isla el 23 de diciembre de 1941. El avión en el primer plano, el “211-F-11” era pilotado por el capitán Henry T. Elrod durante los ataques del 11 de diciembre que hundieron al destructor japonés Kisaragi. Dañado y sin posibilidad de ser reparado, el “211-F-11” fue posteriormente utilizado como fuente de partes de repuesto para mantener los otros aviones en condiciones operativas.

La guarnición estadounidense en la Isla Wake fue atacada por los japoneses apenas unas horas después de la agresión a Pearl Harbor; utilizando bombarderos provenientes desde bases en las Islas Marshall, la fuerza aérea japonesa destruyó ocho de los doce F4F-3 Wildcats en el suelo. Los cuatro Wildcats restantes estaban en constante patrullaje aéreo, pero los bombardeos incesantes seguían causando estragos sobre la ínfima fuerza aérea en Wake.

 

Para continuar la lucha, el joven piloto John F. Kinney, cuando no se encontraba en el aire luchando contra los ataques japoneses, utilizaba todo su ingenio para canibalizar los aviones mutilados para obtener partes para recambio. Sus valientes esfuerzos ayudaron a los desesperados defensores de la Marina a resistir durante dos semanas increíbles, en una lucha totalmente desequilibrada. Kinney relata en sus memorias algunos de los artefactos de los que se hacía valer para mantener sus escasos aviones en operación:

Nuestros aviones tenían ahora tantas reparaciones que era difícil distinguir uno del otro. Un día, el tanque principal de combustible del mayor Putnam quedó seco a dieciocho mil pies. Pensando que estaba en el número 8, cuyo tanque auxiliar había sido destruido en el primer día, hizo un perfecto aterrizaje con palanca muerta sólo para descubrir que estaba en un avión que sí tenía un tanque de reserva y todavía le quedaban sesenta galones de combustible.

 

Y aunque quedaban sólo dos aviones en condiciones de volar, varias carencias comenzaban a plagarnos. Ya habíamos remplazado las varillas de limpieza destruidas para las ametralladoras de nuestros aviones con varillas de soldadura. El capitán Freuler había ideado un sistema improvisado -y potencialmente explosivo- de transferencia de oxígeno desde un gran tanque de soldadura a las pequeñas botellas de oxígeno que necesitábamos en nuestros aviones. Este oxígeno estaba presurizado solamente a la mitad de la presión que tenían normalmente nuestras botellas, pero era mejor que nada y era absolutamente esencial para vuelos a gran altitud. Y ahora estábamos temerosos de quedarnos sin arrancadores para nuestros aviones. Estos dispositivos – que se parecían mucho a cartuchos de escopeta, pero sin los perdigones-  eran utilizados para hacer girar el motor del F4F. Desafortunadamente, eran buenos para sólo una revolución cada uno, por lo que, si el avión no encendía de inmediato y ahora, los nuestros, rara vez lo hacían, teníamos que utilizar cada vez más nuestro preciado suministro de arrancadores. Para superar este problema construí algo así como una honda gigante como aquellas que teníamos en Hawái para arrancar nuestros aviones. En Ewa, estos dispositivos estaban hechos de dos cuerdas elásticas conectadas por una soga a una “bota” de piel que se ajustaba sobre la punta de una de las aspas de las hélices. Grupos de hombres tomaban las sogas al final de los extremos de las cuerdas y tiraban para hacer que la hélice comenzara a girar. Por supuesto, en Wake no tenía acceso a nada que fuera tan exótico como cuerdas elásticas, así que improvisé cortando un par de cámaras interiores de neumáticos de camión. Cuando fue tiempo de usar este mecanismo, un par de hombres tomaban la soga y se colocaban así mismos en V para que después de que tiraran y la bota quedara libre, pasara entre ellos en lugar de golpearlos y causar lesiones. Este sistema de arranque era muy efectivo. Habitualmente teníamos tres buenas revoluciones por intento y por tanto pudimos mantener nuestros aviones en el aire.

Si deseas saber más, lee “Wake Island Pilot: A World War II Memoir” [Piloto de la Isla de Wake: una memoria de la Segunda Guerra Mundial], de general brigadier John F. Kinney.

El humo se levanta sobre la Isla Wake después de un ataque aéreo japonés. El puesto de mando utilizado por el destacamento del 1er Batallón de Defensa se encuentra a la derecha en primer plano.

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