La agonía continúa en Stalingrado
Tropas soviéticas examinan un tanque alemán y un par de botas caseras se encuentran dentro de éste. El Ejército Rojo estaba mejor equipado para hacer frente a las condiciones con temperaturas bajo cero.
El Ejército Rojo mantuvo una presión constante en el perímetro de la línea de defensa de Stalingrado y la resistencia en el “Kessel” [caldero] se estaba reduciendo gradualmente. El avance ruso ya estaba rebasando grandes cantidades de equipo alemán. A veces no había lugar para que ellos pudieran refugiarse en los búnkeres alemanes abandonados porque estaban llenos de muertos.
Las pésimas condiciones del 6º Ejército alemán atrapado seguían empeorando. Los hombres caían muertos sin razón aparente, severamente debilitados por el terrible frío y la desesperación por el hambre.
Raimund Beyer tuvo la “suerte” de ser herido tan gravemente como para convertirse en un candidato para ser evacuado por la vía aérea:
La edad, la presión arterial alta y dos heridas muy sangrantes en las piernas parecían haber inclinado la balanza. Todavía recuerdo las palabras exactas que suavemente me dijo el doctor, quizás con envidia: “Envía mis saludos a la patria”.
Beyer salió en uno de los últimos aviones en dejar el aeródromo Pitomnik, había cientos de heridos aún a la espera de salir. El campo de aviación fue invadido por los tanques rusos en las últimas horas del 15 de enero de 1943. En el avión, el piloto reconoció por su acento que Beyer era un compañero nuremburgués y le arrojó un regalo:
Era una hogaza de pan, como aquellos que eran dados en rebanadas en el Kessel. Un cabo encogido en la esquina se arrojó sobre mí, me arrebató la barra de pan, la apretó contra su pecho y a la fuerza se abrió camino de regreso a su esquina.
Comenzó a despedazar el pan como un loco, arrancando trozos y masticando. Al mismo tiempo que estaba protegiéndolo de otras manos que se extendían hacia el pan, largos brazos delgados inclinándose suplicando por un mendrugo.
Él tragó y tragó. Yo fui tomado por tanta sorpresa que no pude decir una palabra y sólo indicaba mi descontento agitando mi mano con desdén. Pero nadie se dio cuenta.
Todos estaban tan sorprendidos que se hizo el silencio.
Después de un rato, la furia de aquellos que habían perdido se hizo presente, al tiempo que el glotón que había engullido el pan ahora empezaba a tener calambres estomacales y estaba dándose vueltas gritando y retorciéndose. Él fue sacado muerto del avión cuando aterrizó.
Mientras tanto, el oficial alemán Alexander Dohna-Schlobiten, acompañó al general Hube en un recorrido en la línea del frente que estaba contrayéndose:
Era la cosa más profundamente impactante que había visto en mi vida. En el corto viaje a la línea del frente había un tren interminable de soldados en retirada, todos ellos viniendo hacia nosotros.
No tenían armas, muchas veces ni siquiera zapatos. Sus pies envueltos en harapos, con los rostros demacrados incrustados con hielo, sufriendo por sus heridas, arrastrándose aún más dentro del Kessel.
A la orilla del camino yacían los muertos y los moribundos. Vi a gente arrastrándose de rodillas porque sus pies estaban consumidos en su totalidad por la congelación.
Si deseas saber más, lee “Voices from Stalingrad” [Voces de Stalingrado], de Jonathan Bastable, el cual tiene múltiples relatos similares a los dos anteriores.
Centenares de cascos de caballos descubiertos en las posiciones alemanas en Stalingrado, todo lo que quedaba del transporte tirado por animales se había consumido en la desesperación.
Un soldado soviético realiza los ajustes en el mortero de 120 mm del batallón Bezdetko, el cual se encuentra disparando sobre el enemigo.