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Hitler conmemora a sus caídos por la guerra

Hitler en un estado de ánimo relajado con Speer, a la izquierda, y el mariscal de campo Keitel, a la derecha, en febrero o marzo de 1942.

Hitler tenía reuniones frecuentes con su recién nombrado Ministro de Armamento, Albert Speer, quien fuera su arquitecto favorito y con el cual Hitler daba rienda suelta a sus fantasías para remodelar a gran escala las ciudades alemanas -Speer había sido nombrado Ministro de Armamento después de que Fritz Todt falleciera en un accidente aéreo aún envuelto en misterio en febrero de 1942-.

 

Ahora que sabía que la guerra sería una prolongada, la maquinaria bélica alemana adquirió una prioridad más importante. Al mismo tiempo, Hitler pasó un tiempo planificando la nueva ofensiva en la Unión Soviética, que se pondría en marcha tan pronto como el clima mejorara. Hitler no gastaría elementos tratando de conquistar Moscú, ahora los objetivos para la Wehrmacht serían los campos petrolíferos en el lejano sureste de la Unión Soviética. Si los alemanes pudieran tomar provecho de ellos, entonces los rusos estarían en una situación desesperada, mientras que Alemania tendría el combustible para continuar la guerra a su antojo.

 

Por tercer año durante la guerra, Hitler asistió al Día de Conmemoración para los Caídos, comenzando su discurso a las doce del día, en el patio interior del Zeughaus, en su acostumbrada arenga contra los judíos y las naciones aliadas que habían impuesto sanciones a Alemania como consecuencia de la Primera Guerra Mundial:

Cuando en el año 1940 celebramos el Día de Conmemoración de los Héroes del Volk por primera vez en esta sala, el pueblo alemán y su Wehrmacht se encontraron una vez más, tras décadas de esclavitud humillante, en una lucha por su libertad y por su futuro, enfrentando viejos enemigos. La indefensa impotencia del Reich no los calmó más de lo que estaban satisfechos con la reducción económica a la miseria que se nos impuso.

 

Hoy en día se está llevando a cabo un juicio en Francia, cuyo rasgo más característico es que no se habla de la culpa de aquellos responsables de esta guerra. En su lugar, se trata exclusivamente de una escasa preparación para esta guerra. Somos testigos aquí de una mentalidad que no podemos entender. Pero tal vez sea mejor que cualquier otra cosa que una revelación de las causas de esta nueva guerra.

 

En el año 1918, los estadistas responsables de la guerra en Inglaterra, Francia y Estados Unidos llegaron a la decisión demente de no permitir que Alemania, bajo ninguna circunstancia, volviera a elevarse y se convirtiera en un factor de igualdad de derechos en la vida económica o política. De esta intención se derivaron todas las demás medidas e injusticias, a merced de las cuales se encontró el Reich después del desafortunado día del Armisticio.

 

El Volk alemán, desesperado de su liderazgo y de sí mismo, no encontraba ahora ningún medio para resistir un destino que no podía ser conquistado por la sumisión, sino sólo por la unidad del poder de voluntad y la valentía. Las consecuencias de esta débil rendición ante la situación que se nos impuso no sólo eran deshonrosas política y militarmente, sino también verdaderamente destructivas económicamente. Uno de los pueblos más trabajadores del mundo fue testigo de la progresiva reducción de su base económica y, por tanto, del colapso de su existencia. Era previsible en qué breve período el número de nuestro Volk declinaría persistentemente debido a su miseria material y, por lo tanto, que el Reich alemán no podría evitar el impulso de la destrucción sobre él, debido a su propia pérdida de fuerza.

 

 

Y sólo hoy nos damos cuenta del alcance de los preparativos de nuestros enemigos. Hoy en día, vemos la interacción de los judíos tiradores de hilo, que se extienden por todo el mundo. A través de un ataque conjunto por una conspiración que unió la democracia y el bolchevismo en una comunidad de intereses, esperaron poder destruir toda Europa.

 

Que la Providencia nos permitiera soportar victoriosamente esta coalición de marxismo y capitalismo judíos en todos los campos de batalla nos hace agradecidos a Él, desde lo más profundo de nuestros corazones, sin cuya protección y cuidado todo el esfuerzo humano, toda diligencia y valor sería en vano. Porque detrás de nosotros se encuentra no sólo un año de las mayores batallas de la historia del mundo, sino también el año de la prueba más dura de nuestro propio Volk.

 

Puedo decir que fue una prueba que el frente, así como la patria, aprobó. Que el alemán no teme las amenazas del hombre, su historia lo ha demostrado con suficiente frecuencia. Esta vez, fue puesto a prueba no sólo por la fuerza de las armas del enemigo y recursos de sangre prácticamente infinitos de la gente más primitiva, sino también por la cruel dureza de la naturaleza. Puesto que hoy, podemos informarles que detrás de nosotros queda un invierno como el que no se había visto en Europa central y oriental en más de ciento cuarenta años. En verdad, nuestros soldados y los de nuestros aliados, fueron cruelmente arrebatados de la Providencia en los últimos cuatro meses para evaluar su verdadero valor interior. Sin embargo, pasaron la prueba de una manera tal que nadie está justificado en dudar que -no importa lo que el futuro o la Providencia nos traiga- lo que está por delante sólo puede ser más fácil que lo que hay detrás de nosotros.

 

En apenas cuatro meses de verano, la Wehrmacht alemana, siguiendo la conclusión acertada de la campaña de los Balcanes en el año 1941, comenzó su marcha en la vastedad del espacio ruso. Se libraron batallas y se lograron victorias que se verían como hechos gloriosos únicos, incluso en un futuro lejano. Unidos con sus aliados valientes, la Wehrmacht atacó a nuevos cuerpos de hombres rusos. Los derrotó, los eliminó, sólo para enfrentarse a nuevos grupos de hombres. En cuatro meses, se cubrieron interminables distancias en una ofensiva cuya profundidad y amplitud no tienen igual en la historia.

 

Semanas antes de la experiencia o de los pronósticos científicos, nadie esperaba que el invierno se colocara sobre nuestros ejércitos, hecho que le dio al enemigo cuatro meses para lograr un cambio en su favor en esta lucha fatídica. Después de todo, era la única esperanza de los gobernantes del Kremlin que esta revuelta de los elementos de la naturaleza, que también nunca antes habían presenciado, proporcionaría a la Wehrmacht alemana un destino como el de Napoleón en 1812.

 

A través de una lucha sobrehumana y la dedicación de las últimas fuerzas del alma y el cuerpo, los alemanes y nuestros soldados aliados han pasado esta prueba y la han superado. En pocos meses, la historia estará en condiciones de juzgar si fue militarmente correcto o incorrecto derramar hecatombes de vidas rusas en esta lucha.

Hoy ya sabemos una cosa: las hordas bolcheviques, que no pudieron vencer a los alemanes y los soldados aliados este invierno, serán derrotadas por nosotros este verano y aniquiladas. El coloso bolchevique, cuyo peligro tan cruel sólo ahora reconocemos, no podrá volver a tocar los campos sagrados de Europa -y ésta es nuestra resolución irrevocable-, ¡en su lugar deberá recibir sus últimas fronteras lejos de ellos!

Si deseas saber más, lee “Hitler: Speeches and Proclamations, 1932-1945 The Chronicle of a Dictatorship Vol. IV” [Hitler: discursos y proclamaciones, 1932-1945 La crónica de una dictadura, Volumen IV], de Max Domarus.​

Nicholas von Below, el oficial adjunto de la Luftwaffe de Hitler, escribió en sus diarios que febrero y marzo de 1942 fueron un período relativamente tranquilo:

El 15 de marzo, Hitler regresó a Berlín para Heldengedenktag. Para él era de nuevo de vital importancia influir en la opinión pública con sus discursos. En su discurso describió la ferocidad del invierno ruso y las enormes dificultades que nuestros soldados habían tenido que superar.

 

Pero elogió a los combatientes alemanes que, a pesar de la violencia del enemigo y el mal clima, habían ayudado a mantener el frente sólido. Lleno de reverencia -y esto me parece que no es retórica vacía- se refirió a los caídos, que no habían sacrificado sus vidas por Alemania en vano.

Si deseas saber más, lee “At Hitler’s Side: The Memoirs of Hitler’s Luftwaffe Adjutant” [Al lado de Hitler: las memorias de adjunto de Hitler para la Luftwaffe], de Nicolaus von Below.

Third Reich - Heldengedenktag 1942_edited.jpg

Imagen de la propaganda nazi mostrando a Adolf Hitler pasando junto a una compañía honoraria después de la ceremonia en el patio del Zeughaus en Berlín, Alemania, con motivo del Heldengedenktag (Día de Conmemoración de los Héroes) el 15 de marzo de 1942. A la izquierda de Hitler: el almirante Erich Raeder (uniforme negro), junto a él el mariscal de campo Wilhelm Keitel y el mariscal de campo Erhard Milch. Al fondo (de izquierda a derecha), vista de Berliner Stadtschloss, Alte Kommandantur y Kronprinzenpalais.

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