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Paisaje de muerte en Leningrado

Víctimas del hambre, los habitantes de Leningrado se habían habituado a ver escenas de muerte a su alrededor.

Leningrado estaba ahora entrando en su periodo de hambruna masiva. De acuerdo con los registros de policía, de una población de alrededor de dos y medio millones, la hambruna y su condiciones relacionadas -el nuevo término acuñado de distrofia-, habían causado la muerte de casi 150 mil personas en los meses de diciembre de 1941 y enero de 1942; para febrero se sumarian otros 96 mil.

 

El paisaje lleno de muerte, que era ya común para finales del año de 1941, se había vuelto universal. Los cadáveres simplemente eran abandonados donde caían y la gente continuaba sus vidas como si no estuvieran allí; las calles estaban llenas de cuerpos que se habían colapsado en entradas o se habían acurrucado en paredes o cercas.

 

Los síntomas físicos del hambre, que los leningradenses sufrían en combinaciones diversas, iban desde la demacración, hinchazón de las piernas y la cara, decoloración de la piel –“bronceado de hambruna” como era conocido en la jerigonza de la época-, úlceras, pérdida de dientes y debilitamiento del corazón. Las mujeres dejaban de menstruar y la libido desaparecía. El ingeniero óptico Dmitri Lazarev describió como se sentía en su diario:

Por un largo tiempo he deseado escribir lo que una persona macilenta por el hambre experimenta. Duermes muy poco -seis o siete horas-. Durante toda la noche tiras continuamente de tus mantas y las remetes, porque siempre tienes frío. El frío se vierte a lo largo de tu columna vertebral y todo tu cuerpo. Tus huesos que sobresalen duelen, forzándote a mantenerte cambiando de posición. Todo el tiempo eres torturado por el hambre; puedes sentir el vacío de tu estómago y convulsivamente tragas tu propia saliva. Es difícil realizar cualquier tipo de movimiento físico, incluso el más insignificante. Antes de irse a la cama, te llevas un largo rato para retomar fuerza. Pospones todo, lo haces a un lado. En tu mente repites la secuencia de acciones necesarias una y otra vez, antes de realizarlas. La mañana llega y es muy difícil sobreponerte a tu inercia, levantarte y vestirte. Durante el día tus movimientos son lentos y cuidadosos. A pesar de llevar ropas calientes te sientes congelado y eres perseguido por una sensación desagradable de ruido en los oídos. Tu propia respiración y habla resuenan como su estuvieras en una nave vacía. Tus pies se inflaman y grietas profundas se forman en la piel de tus dedos… Existes en el banquillo para todo lo que está ocurriendo a tu alrededor. En la cantina, por ejemplo, encuentras a un amigo, un colega, y no tienes ni siquiera la energía para decir hola. Lo ves sin expresión y él te devuelve la misma mirada. ¿Para qué gastar energía en palabras?

Si deseas saber más, lee “Leningrad: The Epic Siege of World War II, 1941-1944” [Leningrado: el sitio épico de la Segunda Guerra Mundial, 1941-1944], de Anna Reid.

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