Acometida soviética rechazada
Artilleros alemanes con un cañón antitanque de 3.7 mm rechazando un contraataque soviético.
Para el 17 de julio de 1941, los alemanes habían logrado establecer una cabeza de puente sobre el río Dniepr cerca de Mogilev, esto a pesar de una serie de contrataques rusos en diversas áreas para intentar ganar tiempo en la construcción de mayores fortificaciones.
Los finlandeses estaban enfrascados en combate al norte de Leningrado buscando cortar a las fuerzas soviéticas al oeste del Lago Ladoga; Moscú había sido bombardeada por primera vez y todo parecía indicar que los planes alemanes estaban procurando efectos positivos.
Sin embargo, en todo el frente se suscitaban enfrentamientos que hacían que el entusiasmo inicial de las tropas alemanas fuera menguando. Gottlob Bidermann describe sus reflexiones ambivalentes al experimentar un combate cerca de su posición:
Hicimos un alto en una arboleda de acacias descuidada que ofrecía escasa sombra en un océano de hierba. La compañía había marchado sesenta kilómetros en menos de veinticuatro horas sobre pies dolorosamente desgarrados y amoratados. Polvorientos y acanalados con rayas de sudor, rostros atezados por el viento y el sol, se asomaban por debajo de sus pesados cascos para observar nuestro dominio. Manos resbaladizas por el sudor cogían las herramientas de atrincheramiento para hacer hoyos en la tierra. La orden fue dada: “Atrinchérense”.
Desnudos hasta la cintura, cortábamos la tierra sin hablar y de cerca, el cantar de las abejas me hizo recordar de su propio trabajo sin fin. Clemens y Gehr, los dos conductores de tractor, decidieron localizar el origen de las abejas en busca de miel. Equipados con platos de campaña y armados con lonas y máscaras de gas como protección para picaduras de abeja, desaparecieron detrás de la posición del cañón hacia una granja colectiva.
Después de una hora de labor, había construido, a la izquierda de la posición del Pak [cañón antitanque], un terraplén reglamentario, la parte alta viendo hacia nuestro frente, en donde colocaríamos nuestros rifles y granadas. El cañón antitanque se situaba bien oculto con ramas y hierba cerca de la orilla de la arboleda. Un camino arenoso atravesaba el campo abierto en dirección este-oeste, y en el calor resplandeciente del sol de la tarde, las siluetas de chozas en un poblado distante eran visibles en el horizonte.
A la izquierda del camino, el Gefreiter Poell había colocado su semioruga detrás de la posición para ocultarlo en el bosque de acacias y se dio a la tarea de camuflar su Pak. Observadores al frente, de artillería y unidades de mortero, se movilizaron hacia adelante a sus puntos de observación con rollos de cable de comunicación ajustados a sus espaldas. Sólo el ruido ocasional de una herramienta de atrincheramiento, una taza de cantimplora, o un plato de campaña rompía la quietud de un mundo aparentemente pacífico.
Doblando mi túnica polvosa bajo mi cabeza como almohada, recién empezaba a quedarme dormido en el sol de la tarde, cuando un disparo de rifle desgarró el silencio de la tarde. En un solo movimiento, rodé hacia la trinchera recién cavada, me puse el pesado casco de acero y coloqué mi carabina al hombro. Viendo hacia adelante, sólo pude detectar vacío y hierbas meciéndose suavemente. Durante las prácticas de defensa de infantería nos habían inculcado disparar ante cualquier disturbio, a toda hoja o brizna de hierba moviéndose, con la finalidad de liquidar al enemigo. Ahora, con mi corazón palpitando, los pensamientos comenzaron a correr por mi mente: ¿Será este el día en que deba matar a otro ser humano? ¿Quién dispara primero, quién pega primero, él o yo? ¿Debo matar hoy para poder salvar mi vida y las vidas de mis compañeros? Recordé las filas de tumbas que habíamos pasado durante nuestra marcha con cruces colocadas cuidadosamente, marcadores de identificación colgando de ellas y traté de sacudirlas de mi mente.
A unos seiscientos metros a la izquierda de nuestra posición el sonido veloz de fuego de rifle rompía la calma. Sonando primero como el chasquido familiar de fuego de carabina en el campo de adiestramiento, pronto disparos salvajes desgarraban a través del aire y rebotaban por encima de nosotros. Con ardor en los ojos continuamos observando hacia el frente, pero no descubrimos nada excepcional ante nuestra posición. Entre el fuego de rifle se escuchó el estruendo distintivo de un cañón antitanque resonando a la distancia.
En sólo unos minutos el incidente había concluido. El polvo y el olor acre de la pólvora quemada flotaba lánguidamente en el aire y a nuestra izquierda se elevaba una grotesca nube negra en el cielo azul de la tarde. Permanecimos agachados en nuestras posiciones; en voz baja y con el corazón palpitante de emoción, tratamos de determinar lo que había ocurrido. Poco tiempo después descubrimos, a través de un mensajero, que el cañón antitanque de Poell había destruido a un vehículo blindado de reconocimiento soviético y que un ataque de una compañía de fusileros rusa había sido rechazado.
Si quieres saber más, lee “In Deadly Combat: A German Soldier’s Memoir of the Eastern Front” [En combate mortal: la memoria del Frente del Este de un soldado alemán], de Gottlob Herbert Bidermann.
Un vehículo blindado ruso BAI-M destruido, verano de 1941.