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Dificultades en el mando de ejércitos

Erich von Manstein (a la derecha) con el General der Panzertruppe, Erich Brandenberg, uno de sus comandantes de división, en junio de 1941.

Septiembre estaba trayendo resultados importantes para el curso de la Operación Barbarroja, los ejércitos alemanes en el sur estaban buscando cerrar el cerco alrededor de Kiev, en Ucrania, así como buscar llegar a los puertos de la Crimea.

 

Sin embargo, a pesar de estas victorias, no había logros decisivos que permitieran a los alemanes ver el fin de esta campaña que dejaba empezar sentir sus efectos sobre sus ejércitos. Hitler por fin había decidido, si bien demasiado tarde, tratar de llegar a Moscú, esto sólo al haber logrado tener mayor control de los flancos sur y norte de sus fuerzas en la Unión Soviética.

 

En aquel entonces con el rango de general, Erich von Manstein recuerda las dificultades de tomar el mando de ejércitos aliados a las fuerzas del Eje, durante la campaña en la Rusia soviética:

El 17 de septiembre de 1941 llegué al Cuartel General del 11º Ejército en Nikolayev, la base naval rusa en la boca del Bug y tomé el mando.

 

Mi predecesor, el coronel-general Ritter v. Schobert, había sido enterrado en la ciudad el día anterior. En una de sus visitas diarias al frente, había aterrizado en un campo minado ruso en su avión Fieseler Storch y, tanto él como su piloto, habían fallecido. En él, el ejército alemán perdió un oficial de gran integridad y uno de sus más experimentados soldados en la línea del frente. Sus tropas lo hubieran seguido a cualquier lugar.

 

 

La novedad de mi puesto reciente no finalizó con la expansión de mi esfera de mando de un cuerpo de ejércitos a un ejército. No descubrí hasta que llegué a Nikolayev que, además del 11º Ejército, también tomaría el mando del 3er Ejército rumano, que estaba afiliado a él.

 

Por razones políticas, la cadena de mando real en esta parte del Frente del Este no había sido fácil de organizar.

 

EL mando de las fuerzas aliadas facilitadas por Rumania -3er y 4º Ejércitos rumanos y el 11º Ejército alemán- le habían sido confiadas al Jefe de Estado rumano, el mariscal Antonescu, pero al mismo tiempo estaba obligado por las directivas del Grupo de Ejércitos Sur, comandado por el mariscal de campo v. Rundstedt. El cuartel general del 11º Ejército había fungido como la conexión entre el mariscal y el cuartel general del Grupo de Ejércitos y le había aconsejado en cuestiones de índole operacional.

 

Sin embargo, al tiempo en que llegué, la situación era tal que Antonescu sólo retenía el control del 4º Ejército, al que había ordenado que atacara Odessa. El otro ejército tomando parte en la campaña, el Tercer, había sido puesto bajo el mando del 11º Ejército, que por tanto recibía órdenes directas del cuartel general del Grupo de Ejércitos Sur.

 

En la mejor de las situaciones, es vergonzoso para un cuartel general tener control de otro ejército contenido en sí mismo además del suyo propio y la tarea era necesariamente doblemente más difícil cuando el ejército en cuestión resulta ser uno aliado. Lo que hacía las cosas más difíciles era que, no sólo había ciertas diferencias en la organización, entrenamiento y liderazgo entre los dos ejércitos -como siempre es el caso donde los aliados están involucrados-, sino también un contraste muy notorio en sus calidades de combate. De vez en cuando esto nos llevó a tener una mano más firme en el manejo de una operación que era usual para nuestras propias fuerzas o deseable por el interés de una buena relación.

 

Que fuéramos capaces, a pesar de estas dificultades, de colaborar con el personal y unidades de combate del cuartel general rumano sin que ocurriera ninguna fricción real, se debió primordialmente a la lealtad del comandante del 3er Ejército rumano, el general (posteriormente coronel general) Dumitrescu. Los equipos alemanes de enlace, que habíamos anexado a todo el personal hasta el nivel divisional, también contribuyeron por su tacto y, cuando era necesario, por su firmeza, a esta cooperación.

 

Sin embargo, el hombre que más merece mencionarse en este respecto es el mariscal Antonescu. Cualquiera que sea el veredicto que la posteridad rinda sobre él como político, Antonescu era un patriota auténtico, un buen soldado y ciertamente un aliado muy leal. Era un soldado quien, una vez unido el destino de su país con aquel del Reich, hizo todo lo posible, hasta su derrocamiento, para poner el poder militar y potencial de guerra de Rumania para ser utilizados efectivamente de nuestro lado.

Si deseas saber más, lee “Lost Victories: The War Memoirs of Hitler’s Most Brilliant General” [Victorias perdidas: las memorias de guerra del general más brillante de Hitler], del mariscal de campo Erich von Manstein.

Los ejércitos rumanos estaban adscritos al Grupo de Ejércitos Sur durante la campaña en la Unión Soviética. En la imagen, tropas rumanas en agosto de 1941.

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