Japoneses amenazan a prisioneros de guerra británicos
El 30 de agosto de 1942, los japoneses ordenaron a los 20,100 prisioneros de guerra en la cárcel de Changi, en Singapur, que firmaran un compromiso de no escapar. Los prisioneros de guerra se negaron y fueron hacinados en las Barracas de Selerang (que tenía alojamiento para 120) hasta que fueron obligados a firmar bajo coacción, el 4 de septiembre. La fotografía muestra la aglomeración en la Plaza de Barracas durante lo que se conoció como el “Incidente Selerang”.
En Singapur, los prisioneros de guerra británicos y australianos en manos de los japoneses se habían acostumbrado a las penurias de la vida con poca comida e instalaciones mínimas. Se habían acostumbrado algo a la naturaleza caprichosa del tratamiento otorgado por sus captores. Sin embargo, las condiciones ahora empeoraron dramáticamente para todos los prisioneros de guerra en Singapur.
Alistair Urquhart fue uno de los hombres que habían sido capturados con la caída de Singapur:
Un nuevo régimen encabezado por el mayor general Shimpei Fukuye quería transformar Changi en un campo de prisioneros adecuado. Unas semanas antes cuatro prisioneros, dos australianos y dos británicos, habían tratado de escapar desde el interior del país hacia Malasia y Fukuye exigió que todos los prisioneros aliados debían firmar un compromiso para no realizar esto.
En mi opinión, los intentos de fuga eran inútiles y condenados. Sin embargo, como cuestión de principio, nuestros oficiales se negaron a firmar. Lo primero que supimos fue que esta fila debía reportarse en las barracas Selarang. A medida que íbamos para allá, miles de hombres estaban haciendo lo mismo, entrando a las barracas desde todas las direcciones.
Los japoneses habían decretado que todos los presos debían estar dentro de las barracas a las 6 P.M. –cualquiera que estuviera fuera después de esa hora sería fusilado-. Fue el comienzo de un terrible enfrentamiento que llegó a ser conocido como el Incidente Selarang.
Diecisiete mil quinientos hombres hacinados en los barracones de los Highlanders de Gordon, diseñados para dar cabida a menos de mil hombres. Fue espantoso. No teníamos espacio y la poca agua que teníamos era exclusivamente para cocinar. Se tuvieron que excavar letrinas en el centro de la plaza de barracas, pero nunca pudimos llegar cerca de ellas, el lugar estaba tan abarrotado de hombres. Alguien calculó que la densidad de población era de un millón de hombres por milla cuadrada.
Fuera de las barracas hacinadas, en el patio de armas había muy poca cubierta para los hombres y nos horneamos bajo el sol. Nuestros oficiales nos advirtieron que enfrentaríamos una corte marcial si firmábamos y que los japoneses estaban violando la Convención de Ginebra, que daba el derecho a los prisioneros para tratar de escapar sin sufrir castigo. A los japoneses no les podía importar menos la Convención de Ginebra y no tenían intenciones de cumplirla.
Para aumentar la presión, ellos ordenaron la ejecución de los fugitivos y los oficiales al mando británicos y australianos fueron instruidos para asistir. Fue un asunto brutal, frustrante, durante el cual el pelotón de fusilamiento Sikh tuvo que disparar a los hombres en varias ocasiones. A algunos de los prisioneros les dispararon en la ingle y los pobres muchachos tuvieron que rogar para que fueran rematados. Rechazando ser vendados, los condenados mostraron valentía excepcional y los británicos y los australianos aun así se negaban a ceder.
Las condiciones empeoraron en el transcurso de cuatro días y los hombres que ya estaban enfermos comenzaron a morir de disentería. Los japoneses amenazaron el campamento con ametralladoras mientras la disputa continuaba y una masacre a gran escala parecía un resultado muy posible.
Continuamos aguantando y después los japoneses jugaron su carta triunfal. Amenazaron transferir a dos mil quinientos hombres enfermos y heridos del hospital de las cercanas barracas Roberts. Hubiera sido un asesinato en masa y de mala gana nuestros oficiales acordaron firmar, pero insistieron en que se haría constar que lo hicieron “bajo coacción”. Por fin se terminó.
Se nos ordenó firmar una hoja de papel que decía: “Yo, el abajo firmante, solemnemente juro por mi honor que no haré, bajo ningún concepto, intento de escape”.
Todos hicimos fila para firmar y parecía que tomaría años. Algunos hombres firmaron como “Mickey Mouse” o “Robin Hood”, mientras que “Ned Kelly” era una opción popular entre los australianos. Después de permanecer en fila durante horas por fin llegó mi turno. Firmé como “A. K. Urquhart”, pero deliberadamente hice un garabato ilegible, así que podía negarlo si fuese necesario.
Las memorias de Alistair Urquhart, “The Forgotten Highlander: An Incredible WWII Story of Survival in the Pacific” [El Highlander Olvidado: Una increíble historia de supervivencia durante la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico] no se publicó hasta el año 2010, aun cuando resulta una de los testimonios más interesantes como prisionero de los japoneses y se convirtió rápidamente en uno de los libros de mayor venta.
El siguiente video muestra imágenes y la increíble historia de Alistair Urquhart.
Un oficial firma el compromiso de no escapar durante el “Incidente Selerang”.