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Cara supervivencia en el Frente Oriental

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Un Panzer III lidera una columna alemana en el frío invierno ruso.

De todas las memorias de toda la guerra, la de Willy Peter Reese debe considerarse como una de las más reflexivas de cualquier soldado de primera línea. Él era individuo culto con un alto nivel de enseñanza, sin embargo, fue arrastrado a la Wehrmacht y ahora estaba atrapado en una trinchera en las heladas tierras de Rusia.

 

Después de sobrevivir a una serie de ataques un mes antes, su sección en el frente estaba ahora serena. Ahora el enemigo era el clima y sus propios pensamientos:

Se estableció una helada de hierro, como si un viento polar soplara desde las estrellas. La blanca luna brillaba más austeramente por el torbellino de las nubes. Nuestras manos y pies no podían calentarse. Sufrimos de delirio de persecución. Rodeados de muerte, fuimos pasando estos días, tomando nuestras licencias. En medio de la muerte, vivíamos; volteamos la cotidianeidad de cabeza. Aprendimos a odiar nuestro tiempo y maldecir la guerra. Pero dentro de nosotros todavía nos resistíamos a la idea de que todo sacrificio era inútil, para no caer en la desesperación del soldado en una posición expuesta, sin esperanza.

El combate había terminado. Pero sólo fue ahora que todo se volvió real. Sólo entonces vimos cuán inhumana ha sido toda nuestra experiencia y tratamos de darle un poco de sentido y valor. Pero la realidad nos obligó a guardar nuestras ilusiones más queridas. Comenzó una lucha espiritual contra la realidad. Sin embargo, no encontramos ninguna palabra mágica ni ilusión nueva. Sin piedad, la guerra se situaba en el microcosmos de nuestra imagen del mundo.

La nieve duró, las noches permanecieron en silencio, como si todo fuera un sueño. Si descubríamos cualquier sentimiento humano en nuestros corazones, la sonrisa de Dios parecía soplar por nuestras cejas. Comenzamos a creer en mundos mejores que nacían de la derrota y la tierra de nadie, y al cerrar nuestros ojos, imágenes de casa venían hacia nosotros como una columna de peregrinos, sumergidos en una luz melosa.

Éramos soldados, seres embotados, vegetando en las trincheras y búnkeres, perdiendo el tiempo sin esperanza, alardeando, insultando, preocupando, aguantando, obedeciendo: caricaturas deshumanizadas. Era muy raro que algo de humanidad se manifestara en la guerra. Y si un individuo aislado quería escribir y leer y estudiar, entonces había una pelea por una vela. La luz era sólo necesaria para comer y para las guardias, pero no para la mente.

Así como nuestra ropa de invierno dejaba sólo nuestros ojos descubiertos, la milicia dejaba poco espacio para la expresión de los rasgos humanos. Estábamos en uniforme. No sólo sucios, sin afeitar, piojosos y enfermos, sino también devastados espiritualmente -nada más que una suma de sangre, vísceras y huesos-. Nuestra camaradería se hizo de dependencia mutua, de vivir juntos en poco espacio. Nuestro humor nacía de sadismo, humor negro, la sátira, la obscenidad, el rencor, la ira y las bromas con cadáveres, cerebros desparramados, piojos, pus y mierda, el cero espiritual. Nuestra absoluta locura en nuestro búnker aportaba pequeños destellos de ingenio brotando del estiércol de la necesidad. La filosofía, la ética y el pensamiento fueron reemplazados por el instinto de conservación. No teníamos fe para sostenernos y la filosofía sólo servía para hacer que nuestra suerte parecería un poco más tolerable. El hecho que éramos soldados era base suficiente para la criminalidad y la degradación, para una existencia en el infierno. Nuestros tótems eran nosotros mismos, el tabaco, la comida, el sueño y las prostitutas de Francia.

Poco después de esto, Reese escribió “me he decidido”. Se arrastró fuera de las trincheras y se puso de pie en la “dura luz del sol”. Sonaron dos disparos. Fue pura casualidad que no estuviera muerto. Él observó:

Debido a que vivíamos muy cerca de la muerte, no había ninguna dificultad acerca de morir. Eran la incertidumbre y la ubicuidad de la muerte que la hacían tan grande y terrible.

Una bala se impactó contra su pierna. Había conseguido el “Heimatschuss” [literalmente “tiro a casa”], una herida lo suficientemente seria como para ser enviado de regreso a casa, que tantos soldados soñaban. Era su “salvación”, al menos por un tiempo. La consecuencia de esto fue lo que le dio a Reese el tiempo y respiro para escribir sus memorias.

Si deseas saber, lee “A Stranger to Myself: The Inhumanity of War: Russia, 1941-44” [Un extraño para mí mismo: la inhumanidad de la guerra: Rusia, 1941-44], de Willy Peter Reese.

Soldados alemanes construyendo puentes en el frente oriental, en 1943..jpg

Soldados alemanes construyendo refugios en el frente oriental, en 1943.

Un soldado aleman congelandose en el Fernte Oriental, en enero de 1943.jpg

Un soldado alemán resiste el helado invierno en un puesto aislado de ametralladoras excavado apresuradamente en la nieve en el frente oriental, en enero de 1943. Expulsados de sus cálidos cuarteles de invierno, los alemanes intentaron en vano estabilizar su línea, que rápidamente se volvió muy fluida. Los rusos recuperaron varias ciudades durante su ofensiva de invierno.

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