top of page

Una breve estancia en el “Congelador”

La vida cotidiana en el Stalag Luft III, campo de prisioneros de guerra, en Sagan, Alemani

La vida cotidiana en el Stalag Luft III, campo de prisioneros de guerra, en Sagan, Alemania. Prisioneros de guerra británicos atienden su jardín en el Stalag Luft III.

El piloto de bombarderos Ken Rees había sido derribado en Noruega en 1942. Ahora, junto con un grupo cada vez mayor de sus compañeros, era un “invitado” de los alemanes, un prisionero de guerra en el Stalag Luft III.

A menudo se le considera como uno de los modelos para el personaje de Steve McQueen en la película “El Gran Escape”. Por razones comerciales de la película, se decidió que este personaje debía ser un piloto estadounidense, a pesar de que era una creación híbrida basada en varios oficiales británicos y algo de ficción. Cualquier persona que haya experimentado una Navidad británica en la década de los setentas, sabe la mayor parte de la historia de “El Gran Escape”, ya que el filme fue retransmitido tan a menudo en la televisión durante esta época que se convirtió en una broma nacional. El personaje interpretado por Steve McQueen era tan rebelde que con frecuencia era enviado a “enfriarse” a la celda de castigo.

Aunque el personaje de la película tenía un guante de béisbol y una pelota para divertirse, las escenas en el “congelador” se basaron en las experiencias de Ken Rees. En mayo de 1943, Ken Rees y sus compañeros prisioneros de guerra acababan de ser trasladados al Complejo Norte del Stalag Luft III, fue desde aquí que el verdadero “Gran Escape” finalmente se articularía. Mientras tanto:

Aunque la fiebre de escape se había extendido rápidamente por todo el campo, también continuaron floreciendo pequeños actos desafiantes. Un día, poco después de instalarme en el nuevo complejo, pasaba al lado del bloque de la cocina, cuando me percaté de un guardia alemán apoyando su bicicleta contra la pared de la cocina justo antes de desaparecer en su interior.

No pude resistirme, los neumáticos estaban pidiendo a gritos ser desinflados. Estaba empezando con la segunda rueda cuando vuelta de la esquina cuando llegó la gran figura del jefe de guardias de seguridad, el Oberfeldwebel Glemnitz. “¿Qué está haciendo, señor Rees? ¡Al Congelador!

“Oh, sólo estoy tratando de ponerle aire a los neumáticos para este pobre guardia…” Muy débil argumento. Yo no tenía una bomba de aire. E incluso si tenía un poco de sentido del humor, Glemnitz también tenía un revólver. Allá voy durante siete días al Congelador.

Este fue el primero de muchos viajes al Congelador. Estás encarcelado en una celda pequeña de piedra encalada de cerca de diez por cinco pies, con una cama, una pequeña mesa y una silla. No hay calefacción. La pequeña ventana tiene barrotes, con madera subiendo desde la base en un ángulo que tan sólo deja entrar la luz y una vista del cielo, nada más.

Odiaba la soledad -no puedo empezar a describir cuánto- con nada qué leer, nada qué ver, nadie con quién hablar. Incluso la comida era punitiva: una rebanada fina de pan negro para el desayuno, “sopa” aguada y unas patatas para el almuerzo y otro pedazo de pan en la noche. Un almuerzo tuve un poco de proteína extra en la forma de gusanos en la sopa. Aunque tenía mucha hambre, preferí no tomar eso.

No se permitían libros y fumar estaba verboten, pero por suerte esa primera vez había logrado ocultar mis cigarrillos y algunos cerillos poniéndolos en mis palmas de las manos mientras ellos me registraban a la llegada. Sabía que ellos podrían oler el humo, así que pregunté si podía ir al baño y una vez allí y solo, tomé un cigarrillo del paquete y escondí el resto en la parte superior del tanque de alto nivel.

Este precioso cigarrillo lo corté por la mitad y pasé el resto del día y la mayor parte del siguiente haciendo un pequeño agujero en la parte inferior de la pata de la mesa, lo suficientemente grande como para ocultar medio cigarrillo y un par de cerillos. Para evitar que se cayeran, tapé el agujero con un pedazo de cáscara de papa.

Todo el procedimiento se convirtió en la fuente principal de diversión. Me sorprenderían fumando, confiscarían la colilla, buscarían en la celda y me cachearían y no encontrarían nada. Más tarde volverían a sorprenderme fumando y nuevamente volvería a pasar por todo el proceso.

En mi último día saqué mis dos últimos cigarrillos de la cisterna, toqué el timbre, le ofrecí al guardia un cigarrillo y le pedí fuego. Para mi deleite sólo se limitó a mover la cabeza, incrédulo, aceptó la oferta y me dio fuego.

Aparte de esto habían sido unos siete días miserables. Cuando regresé a mi cuarto encontré que mis compañeros me habían guardado raciones adicionales. Se sentía como si fuera Navidad.

Si deseas saber más, lee “Lie in the Dark and Listen” [Yaciendo en la oscuridad y escuchando], de Ken Rees.

Visita el sitio The Great Escape [El Gran Escape] de Rob Davis para mayor información sobre los antecedentes del escape y la película, el cual rinde un homenaje muy detallado.

La cámara de entrada del túnel “Harry”. Nótese la canalización de ventilación hecha de ‘Kl

La cámara de entrada del túnel “Harry”. Nótese la canalización de ventilación hecha de “Klim’ -latas de leche en polvo que la Cruz Roja suministraba a los prisioneros de guerra-. (Foto cortesía de Channel 4/PA Wire).

Una vista del túnel, mostrando las vías y el carretón que transportaba prisioneros y objet

Una vista del túnel, mostrando las vías y el carretón que transportaba prisioneros y objetos a lo largo del túnel. (Foto cortesía de Channel 4/PA Wire).

Los prisioneros de guerra eran tratados muy justamente dentro del marco de la Convención d

Los prisioneros de guerra eran tratados muy justamente dentro del marco de la Convención de Ginebra y el Kommandant, Oberst (Coronel), Friedrich-Wilhelm von Lindeiner-Wildau era un soldado profesional y honorable que se ganó el respeto de los prisioneros de alto rango.

Copyright © 2016-2023 La Segunda Guerra Mundial... Hoy. Todos los Derechos Reservados
bottom of page