Viaje de terror al “Ferrocarril de la Muerte”
Un bosquejo del Viaducto Wang Pho en construcción del "Ferrocarril de la Muerte", donde fue salvada la vida del señor Anckorn, después de que un guardia vertiera alquitrán caliente sobre su espalda y luego lo envió al hospital. La imagen es obra del prisionero de guerra Will Wilder.
Miles de hombres ya estaban trabajando -y muriendo- en el “Ferrocarril de la Muerte”, la vía que iba de Birmania a Tailandia que los japoneses estaban construyendo utilizando prisioneros de guerra realizando trabajos forzados. La demanda japonesa por mano de obra era insaciable, que era resuelta trayendo más y más hombres de los campos de prisioneros en Singapur.
El viaje en tren a través de Malasia hasta los campos de trabajo en Tailandia era la primera prueba que estos hombres enfrentaban. Era una experiencia que ningún hombre olvidaría y una cantidad de memorias recuerda sus horrores. John Wyatt fue uno de ellos:
A nuestra fuerza se le dio la letra D y el 23 fuimos conducidos en camiones y llevados a la estación de tren de Singapur. Esperando en la plataforma estaba una locomotora anticuada, unida a una serie de vagones de metal para ganado de unos 20 pies de largo por 7 pies de ancho y 7 pies de altura.
Fuimos hacinados sin ceremonias en estas cajas de metal, treinta hombres en cada vagón, y mis matemáticas básicas calcularon que teníamos unos 5 pies cuadrados cada uno (incluso sin equipo, era un verdadero apretujamiento). Los vagones tenían puertas centrales corredizas de un solo lado y me aterraba la idea del viaje que estaba por venir.
Nos tomó varios minutos para organizarnos, pero sentándonos en la parte superior de nuestro equipo éramos capaces de estar lo más cómodos posibles. Eran ya las últimas horas de la tarde cuando el tren salió de la estación de Singapur y cruzó la vía rumbo al norte. Antes de salir de Changi, nos habían dado algunas latas de carne en conserva de los suministros de la Cruz Roja y esto era todo lo que teníamos para comer durante las próximas veinte horas, hasta que el tren se detuvo en Kuala Lumpur, en torno a las 1400 horas, el 24.
El dormir había sido prácticamente imposible, ninguno de nosotros podía acostarse ya que estábamos muy amontonados. El viaje había sido simplemente horrible. En Kuala Lumpur nos dieron una débil comida consistente en estofado y arroz y muy poca agua. Temía volver a meterme en esa caja de acero, pero después de una hora o algo así, se nos ordenó regresar a bordo.
En Ipoh hicimos otra breve parada para una pequeña comida de arroz, pero el principal problema no era la comida, sino la falta de agua –yo tenía sed constantemente-. El tren avanzaba a un ritmo lento a durante la segunda noche, llegando a Bukit Mertajam Jetu alrededor de las nueve de la mañana del 25 y luego a Prai, donde se nos permitió estirar las piernas.
Una vez más tuvimos el arroz y el débil estofado obligatorios antes de continuar otra vez a través de Alor Star y en dirección a la frontera con Tailandia. Era extraño pasar por el punto en Malasia donde todo había empezado para los Surreys [británicos] casi un año antes, cuando éramos hombres libres preparándonos para enfrentar al enemigo.
Por la mañana del tercer día, el tren cruzó la frontera con Tailandia y todos esperábamos que estuviésemos acercándonos a nuestro destino final. A los enfermos de disentería no se les permitía salir con bastante frecuencia y había excremento por todas partes, simplemente nos revolcamos en nuestra mierda y orines (y el de otras personas) durante cuatro días y noches.
Estaba caliente como un horno durante el día y enconadamente frío de noche y para este momento la disentería había tomado control sobre muchos de los chicos. Cada día que pasaba en esos vagones horribles orábamos para que fuera el final del trayecto y dije una oración en silencio cuando los guardias finalmente nos empujaron afuera de los vagones por última vez en Ban Pong, a unas cuarenta millas al oeste de Bangkok.
Mil millas en un “tren” que era simplemente el infierno en la tierra; al menos dos de los muchachos murieron y no tuvimos más remedio que echar fuera sus cuerpos por la puerta sin siquiera una oración, mientras el tren continuaba traqueteando hacia el norte.
Fuimos cargados en camiones y conducidos una corta distancia a un gran espacio abierto cerca de la estación, donde se nos ordenó que nos formáramos para la inspección. No importa qué tan grave fuera la situación, el soldado británico siempre se levantaba en toda su altura y formaba la fila por rango y, aunque no queríamos hacerlo, esto es lo que hacía este grupo de soldados andrajosos.
Por mi parte, yo les demostraría a los japoneses que no importaba lo mal que me trataran, continuaría siendo disciplinado y nunca perdería mi dignidad.
Si deseas saber más, lee “No Mercy from the Japanese” [Sin piedad de los japoneses], de John Wyatt y Cecil Lowry.
Asimismo, visita el sitio Britain at War [Gran Bretaña en Guerra], el cual tiene muchos detalles sobre el Ferrocarril de la Muerte.
Para ver más bosquejos, visita el sitio “Prisoners of War of the Japanese” [Prisioneros de guerra de los japoneses], el cual tiene una colección de materiales, incluyendo muchas memorias. Este sitio tiene especial énfasis en las experiencias de los oficiales médicos australianos que hicieron lo mejor que pudieron, en condiciones espantosas, para ayudar a los enfermos y heridos que eran obligados a trabajar en el ferrocarril.
Trabajando en el ferrocarril de Tailandia-Birmania. Una escena típica de labores llevándose a cabo, muestra cómo se llevaban los trabajos a golpe de martillo para hacer los terraplenes de las vías, la tala de árboles y la excavación de un corte. El bosquejo es del teniente Fred “Smudger” Smith (Ransome Smith).
Para ver más bosquejos, visita el sitio “Prisoners of War of the Japanese” [Prisioneros de guerra de los japoneses].
“Equipo de trabajo”, una obra de Jack Chalker.
Un mapa mostrando las decenas de campos de prisioneros de guerra alrededor de la construcción del Ferrocarril de la Muerte. La distancia del ferrocarril estaba programada para ser de casi 415 kilómetros.