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Ataque aéreo sobre tanques soviéticos

Una dotación de infantería alemana en una trinchera en el Frente del Este en 1942, al centro se puede observar un rifle antitanque.

El Ejército Rojo empezaba a reagruparse y estaba volviendo al campo de batalla con renovada confianza. A medida que la ofensiva alemana seguía su marcha en el sureste, utilizando de nueva cuenta su táctica de guerra relámpago, hubo ocasiones en las que enfrentaron resistencia muy efectiva.

 

En sus memorias, Benno Zieser describe una batalla sin especificar mientras se encontraba luchando en la Unión Soviética. Las líneas alemanas estaban mal preparadas y pobremente atrincheradas en el momento en que fueron despertadas por un bombardeo masivo de artillería en la madrugada, un preludio seguro de un ataque sobre sus posiciones:

Día tras día esas bengalas subían, como una diversión inofensiva para niños. Pero por la noche, su destello era para cada hombre por igual la expresión de su tensa espera y preparación. Con desconfianza, aquellas luces parpadeantes entraban a tientas en el cielo nocturno: ¿Hay alguien allí? Luego lentamente su brillo caía hacia la tierra, como diciendo: ¡Sólo vengan aquí; aquí está un poder que les dará la recepción que se merecen! Juntas, roja y blanca, decían al mundo entero: aquí hay vida digna de ser destruida.

En nuestro flanco derecho estábamos en contacto con el Segundo Batallón. Teníamos una noción de que el regimiento entero debía estar combatiendo. Eso significaba que debía haber fuerzas rusas poderosas contra nosotros.

Cuán poderosas eran esas fuerzas, sólo comenzamos a darnos cuenta en la luz tenue de la mañana, cuando un tremendo proyectil de metralla estalló sobre nosotros, llenando el aire entero con su ruido infernal mientras la explosión nos echó abajo y los fragmentos zumbaron y silbaron a todo nuestro alrededor. El acero empujaba directamente sobre la tierra rugiente, hasta que el suelo mismo debajo de nuestros cuerpos, amontonados juntos en el agujero, pulsaban rítmicamente. Los fragmentos zumbaban a unos cuantos centímetros por encima de nuestras cabezas. Otros caían libremente a tierra desde grandes alturas y chocaban contra nuestros cascos, sobre nuestras cajas de municiones y nuestra arma y la tierra brotaba hacia arriba en fuentes sobre nosotros. Apretábamos nuestros puños en nuestros oídos y abríamos nuestras bocas ampliamente. Blancos como sábanas, nos esforzábamos por escuchar el próximo tiro cercano.

El bombardeo masivo de morteros y de artillería pesada duró casi una hora. Luego, el ruido infernal cesó por completo súbitamente. Con nuestros oídos ensordecidos, levantamos nuestras cabezas y estiramos nuestros miembros entumecidos. ¿Estábamos aún con vida?

Hubo un grito repentino. Franzl me miró desesperadamente. ‘¿Sabes algo de tanques?’, preguntó.

Nos levantamos de un salto y miramos a lo largo de las líneas rusas. ¡Malditos sean! Allí estaban, moviéndose hacia nosotros, los tanques, en un frente amplio, una falange de monstruos de acero, T-34, y nuestro terror nos paralizó.

‘¡Dios mío!’- gimió Franzl-, ‘Debe haber cuarenta de ellos. ¡Ahora podemos escribir nuestros testamentos!

A la Izquierda, a la derecha -en todas partes-, bengalas de color violeta llenaban ahora el cielo, estallando al caer en hilos de fuego; violeta para tanques, ¡violeta para alerta! Luego bengalas verdes, verdes para apoyo de artillería. Violeta, verde, violeta, verde, sin fin. Un grito desesperado de auxilio.

Los tanques se acercaban. Detrás de ellos marchaba la infantería rusa, en filas abultadas, toda la campiña cubierta de formas de color marrón.

Mecánicamente levanté la ametralladora fuera de la trinchera que era poco profunda y la puse delante de mí. Empecé a darme cuenta que lo que venía ahora hacia nosotros iba a ser peor, por mucho, que cualquier otro bombardeo que hubiésemos experimentado.

‘¡Si tan sólo hubiésemos cavado más profundo! Nos sacarán de aquí como moscas’.

‘Es demasiado tarde para cavar ahora’, dijo Franzl tranquilamente. Como para tranquilizarme, colocó las cajas de municiones apropiadamente y metió una correa en el arma.

Deberíamos salir de esto, seguí pensando, simplemente deberíamos salir de esto, todavía había tiempo. Pero no podía ver a un hombre salir de su pequeña trinchera, nadie echó a correr retirándose.

Yo también me deshice de esos pensamientos temerosos como moscas molestas, alisté la ametralladora y monté las miras.

La metralla continuaba zumbando sobre nuestras cabezas, pero ahora disparando en otra dirección. Nuestros cañones comenzaron a lanzar una cortina de fuego. Un par de cañones antitanque llegaron a toda velocidad y pronto vertieron descarga tras descarga a las enormes máquinas. Nuestras ametralladoras continuaron traqueteando. Yo también halé fuertemente el gatillo hacia atrás y rocié trazadores sobre esa masa de metal irresistiblemente rodando hacia nosotros.

Entonces Iván [rusos], quien ciertamente no contaba con tal feroz resistencia, dio una respuesta poderosa; los cañones de sus cuarenta tanques tronaron, apoyados por morteros y un sinnúmero de armas cortas en un coro repartiendo muerte. Nos agachamos en nuestras trincheras.

No podíamos engañarnos; esta batalla la íbamos a perder. La probabilidad de salir de esto vivos y libres era muy pequeña. Podíamos ser un rival para su infantería, aunque tenían un número abrumadoramente mayor, pero éramos impotentes contra esos salvajes T-34. ¿De qué servían nuestros pequeños cañones antitanque de 3.7 cm contra esas cosas? Y la única cosa más pesada que llegó a la situación era un cañón largo de 7.5 cm. Esos monstruos de acero, plenamente conscientes de su invulnerabilidad, acabarían con nuestra existencia con el mayor desprecio.

Cuanto más se acercaba la aplanadora, más grande se convertía nuestro desasosiego. Al final fue absolutamente insoportable mantener esa terrible posición agazapada en la zanja, esa espera inactiva para la destrucción. Me levanté por completo, tomé mi ametralladora y disparé. Ya muy cerca, uno de nuestros cañones antitanque yacía abatido bajo una nube de humo y polvo. Una esquirla de metralla zumbando rebotó en mi casco. El duro golpe me hizo sentir mareado y solté mi arma. Vi un agujero aserrado en una de las cajas de munición. Franzl me arrastraba de vuelta a la trinchera.

Sólo un milagro podría salvarnos de la catástrofe total y un milagro fue lo que ocurrió, de repente el cielo se llenó de un murmullo que rápidamente se convirtió en un rugido y porque nunca cesó era aún más impresionante que el lloriqueo caótico y el estremecimiento de los cañones participando en la batalla. Atreviéndonos escasamente a tener esperanzas, miramos hacia arriba y vimos no unos pocos, sino nubes y nubes de Stukas viniendo hacia abajo en formación acuñada. Antes de que hubiéramos captado su presencia plenamente, volaron por encima de nosotros. Luego inclinaron drásticamente sus alas derechas y con el grito de las sirenas demoledoras de nervios se vinieron hacia abajo sobre los tanques. Bumbumbum.

Negro como la brea, los hongos coronados con humo rojo se desenrollaron hacia el cielo. Uno de los monstruos, después de un golpe directo, simplemente se desintegró en nada. Otro se volcó sobre su espalda, al igual que una cucaracha, con sus orugas rodando en el aire. Otros giraron vertiginosamente sobre sí mismos. Toda la tierra tembló bajo ese peso de las bombas.

Si deseas saber más, lee “In Their Shallow Graves” [En sus tumbas poco profundas], de Benno Zieser.

Un tanque soviético T-34/76 destruido.

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