top of page

Un santuario precario para unos judíos en Polonia

Esta foto de 1941, muestra a dos niños indigentes sentados con tazones vacíos en una calle

Esta foto de 1941, proporcionada por el United States Holocaust Memorial Museum [Mueso Memorial del Holocausto de los Estados Unidos], muestra a dos niños indigentes sentados con tazones vacíos en una calle del gueto de Varsovia. En el año 2011, Alemania se comprometió a pagar pensiones a cerca de 16,000 víctimas del Holocausto en todo el mundo que sobrevivieron a los guetos en tiempos de guerra o se vieron obligados a esconderse de la persecución nazi. Sin embargo, parte del acuerdo no cubre a los sobrevivientes que eran niños judíos nacidos en 1938 en adelante. (Cortesía del United States Holocaust Memorial Museum).

En Polonia, los judíos que habían sido encarcelados en los guetos no tenían ahora ninguna ilusión acerca de su destino final. Miles habían sido enviados fuera de los guetos para ser “reubicados en el Este”. Nadie había vuelto a saber de ellos. En ocasiones se tomaban medidas desesperadas para escapar de los guetos, sin importar la ruta.

Una vez fuera del gueto, ellos se enfrentaban a muchos retos para poder sobrevivir. Había muchas dificultades para conseguir documentos falsos y muchas veces no aprobarían el escrutinio de los alemanes. Asimismo, resultaba difícil saber en quién confiar. Los polacos sabían que si eran descubiertos dando refugio a los judíos, los alemanes no sólo los acribillarían a ellos, sino a su familia entera. Había recompensas por entregar a judíos. A pesar de estos peligros, muchos polacos decidieron ayudar a los judíos que huían, ya sea por compasión o por convicciones religiosas.

Michael Zylberberg y su esposa estaban entre los que habían logrado escapar del gueto de Varsovia. Era una vida en constante peligro. La Pascua trajo un desafío nuevo e inesperado a causa de las convicciones religiosas de sus anfitriones polacos:

Nos habían recomendado con una familia católica. Eran muy pobres, pero amables y deseosos de ayudar. Los miembros de la familia eran una abuela de ochenta años de edad; su hija Klima, en sus cincuentas, y un nieto, de unos veinticinco años.

Su hogar, una habitación y una cocina, estaba en una casa pequeña en el medio de una comuna, no muy lejos de la calle principal en el distrito. La parte trasera de la casa estaba ocupada por una mujer y sus dos hijas que a menudo tenían fiestas salvajes. Ella entretenía a personas de dudosa reputación, incluyendo alemanes uniformados.

Nuestra pobre familia estaba dispuesta a darnos alojamiento sin pagar renta, en un momento en el que las personas tomaban sumas de dinero enormes para ocultar a judíos. No tenían ningún conocimiento previo de nosotros, pero sentían que tenían el deber sagrado de dar refugio a cualquier persona que tuviera la necesidad. Por supuesto, nuestra presencia tenía que ser un secreto muy bien guardado.

Durante el día nos arrastrábamos por el suelo a gatas para que nadie pudiera vernos a través de las ventanas de la casita. Durante los dos meses que estuvimos allí, mi esposa y yo apenas hablábamos entre sí, para que los vecinos no pudieran escuchar voces extrañas.

 

La Sra. Klima tenía que comprar comida para nosotros en una tienda diferente de la que normalmente utilizaba. Su propio abarrotero y el lechero hubieran podido adivinar que ella estaba comprando más de lo habitual para tres personas. Tanto la abuela y su hija oraban con frecuencia para que Dios les ayudara a ellos y a nosotros. Cuando estábamos preocupados por algo que pudiera pasar, siempre nos aseguraban que estarían a nuestro lado y nos protegerían. Su compasión era excepcional.

La Pascua se estaba acercando y surgió un nuevo problema para nosotros. La Sra. Klima dijo que tenía que ir a confesarse y que ella tenía que decir toda la verdad. Eso incluía hablar de nosotros. Tenía miedo que el sacerdote no lo aprobara y que considerara este procedimiento como peligroso; ella no sabía qué hacer y me pidió consejo.

Le pedí que nos dejara saber qué día iría a confesarse, para que pudiéramos salir de la casa durante todo el día. Así no sería necesario que nos mencionara y tendría la conciencia tranquila.

Nos mantuvimos fuera de la casa ese día, como habíamos prometido, ¡pero la señora Klima le confesó todo al sacerdote! Sin embargo, felizmente para nosotros y para ella, el sacerdote le aseguró que estaba realizando un servicio noble para ayudar a aquellas personas en peligro. Ella volvió a casa muy contenta.

Aun así las circunstancias eran muy duras y se pusieron mucho más difíciles a medida que los días se hacían más largos, por lo que decidimos que yo me iría y mi esposa se quedara. Me fui a Skolimow, cerca de Varsovia, para trabajar con unos amigos, tomando un trabajo como jardinero. Sin embargo, la estancia de mi esposa también fue muy corta por la siguiente razón.

Un día, cuando sólo la abuela y mi esposa estaban en la casa, sentada tan callada como ratones, Henrietta escuchó una conversación a través de la pared. La vecina, la señora Kaminska, y un pariente de ella estaban charlando. La Sra. Kaminska dijo que tenía la sensación de que una judía estaba escondida al lado. El pariente le dijo que debía informar a los alemanes de inmediato y ellos no tardarían en descubrir si eso era verdad.

Cuando mi esposa escuchó esto, ella escapó de la casa aterrorizada y nunca más regresó. La abuela, vieja y sorda, no había escuchado la conversación y, al ver saltar a Henrietta, le señaló que no saliera a la calle. Henrietta la tranquilizó susurrándole en su oído que pronto volvería. Esta fue su única despedida. Al día siguiente la casa fue registrada y no encontraron nada.

Si deseas saber más, lee “A Warsaw Diary” [Un diario de Varsovia], de Michael Zylberberg.

Varsovia, Polonia, 1943, Judíos y soldados alemanes detrás de una valla. Los números que q

Varsovia, Polonia, 1943, judíos y soldados alemanes detrás de una valla. Los números que quedaban en el gueto de Varsovia habían disminuido considerablemente y la gente empezaba a desesperase cada vez más.

bottom of page