Un viejo veterinario en Ucrania
Soldados alemanes en una pausa sobre sus caballos. En ocasiones los equinos se movilizaban más rápido que los tanques, especialmente en donde los caminos se tornaban fangosos por las lluvias.
Ante la cruda realidad de la falla del Ejército Rojo para detener el avance hacia el sur de Guderian, la STAVKA parecía empezar a poner atención a la posibilidad de una catástrofe de gran magnitud en el área de Kiev, en la región ucraniana.
Las fuerzas alemanas estaban dirigiéndose hacia el Río Desna, buscando capturar la ribera este del mismo, al sur de Chernigov. La situación para el frente suroeste de las fuerzas soviéticas comenzaba a complicarse.
Max Kuhnert, un sargento en una unidad de caballería alemana, relata los días iniciales a su llegada en la región ucraniana:
Era ahora el final de agosto y habíamos estado marchando por cinco a seis días sin un descanso apropiado. Recibí una orden para acompañar al médico veterinario Pohl para ir entre los batallones para una inspección de los caballos.
El doctor Pohl, como solíamos llamarle, un tipo viejo -de unos sesenta años- era un hombre muy alegre, grande, bien puesto, con una anticuada voz estrepitosa. Le dije a Krizock que mantuviera un ojo a las cosas durante mi ausencia. No sabía exactamente cuánto tiempo iba a estar fuera, muy probablemente varios días.
Así que nos fuimos, después de que hubiera descifrado dónde estaríamos más seguros. El hombre no era para nada un soldado -sólo se le había puesto un uniforme- o quizá se había ofrecido como voluntario y yo tenía la impresión de que él veía la guerra como una gran aventura. Muchas veces se me erizó el cabello por la forma en que él confiaba en la gente. Siempre que llegábamos a un poblado o a una alquería, conversaba con las Magdas y daba palmadas en la cabeza a los pequeños Malinkis. Luego, con más frecuencia que las que no, se invitaba a sí mismo dentro de las casas y pedía alguna bebida refrescante, conversando asuntos de comida y la forma de cocinarlos, justo como si fuéramos turistas de un país extraño. Realmente tenía que estar muy atento, ya que era responsable de mantenerlo a salvo. El coronel me había dicho confidencialmente, “Kuhnert, cuida a la vieja cabra, no queremos perderlo”.
Cada vez que íbamos a una de las unidades, él inspeccionaba no sólo a los caballos, también la carne que estaba en las manos de los cocineros. Insistía en abstenerse de comer cerdo, en caso de que hubiera algo. El señalaba que era muy peligroso debido a la triquina. Me mostró el gusano parásito bajo el microscopio que llevaba consigo y me explicaba lo peligroso que era la triquina y su larva si era consumida. “Come pollo o aves si necesitas algún suplemento”, me dijo “y cocina todo bien, incluyendo hervir el agua”. Todos habíamos sido inyectados contra todo tipo de enfermedades, pero era un buen consejo y yo, por mi parte, era muy cuidadoso.
Si deseas saber más, lee “Will we see tomorrow?: A German Cavalryman at War 1939-42” [¿Veremos el mañana?: un soldado alemán de caballería 1939-42], de Max Kuhnert.