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La fría y húmeda miseria del frente griego

El Dr. Electris, al centro, con sus enfermeras del ejército griego y sus anfitriones albaneses en enero de 1941. A finales de enero se trasladaron a un campamento de tiendas de campaña en las montañas.

La guerra se estaba convirtiendo en un desastre para Mussolini. Su intento de invasión de Egipto nunca llegó muy lejos y ahora los británicos estaban revertiendo la ofensiva y empujando sus fuerzas de regreso hacia la Libia italiana, capturando un gran número de prisioneros mientras lo hacían.

 

Su otra gran aventura, la invasión de Grecia, había tenido un revés similar. El ejército griego había demostrado ser mucho más fuerte de lo que se había previsto. El frente estaba ahora en la Albania ocupada por los italianos. En lo alto de las montañas, los griegos estaban todavía a la ofensiva a pesar de las dificultades del terreno.

 

El Dr. Theodore Electris, un reservista militar, había sido movilizado repentinamente al ejército. Había tenido que adaptarse muy rápidamente a los rigores de la campaña y luego ponerse a la altura del desafío de atender a muchos heridos que le eran llevados justo detrás del frente de batalla:

4 de febrero de 1941

 

Ya han pasado cuatro días desde que llegué a este campamento y no ha dejado de llover. La lluvia, especialmente hoy, es algo que nunca había experimentado antes. Se siente como si cubos de agua cayeran sin parar durante horas encima de mi tienda.

 

En cuanto al barro, no puedo encontrar palabras para describirlo: lodo, cieno, mortero –infierno-. El suelo se ha batido en un lodo pastoso bajo las botas de los soldados y los cascos de los caballos y las ruedas de la maquinaria y de la artillería; no hay un solo punto sin huellas a la vista. En algunos lugares podría hundirse en el barro hasta las rodillas.

 

En esta fase lodosa, drásticamente miserable, es donde se está llevando a cabo el trabajo y la lucha de nuestros pobres soldados. Qué esfuerzo, qué agonía y patetismo, ¡y el número de víctimas! Será una lástima si todo es dilapidado.

 

Tengo que describir un par de incidentes que tuvieron lugar hace una hora.

 

Nuestro 13º Regimiento de Infantería, con el apoyo de nuestra unidad de batería, había atacado y se había apoderado de una colina cerca de Bosketto (elevación cerca del pueblo de Dodovece). Hubo muchos heridos que nos estaban siendo traídos a través del campo justo al otro lado de mi tienda, donde el suelo estaba como lo he descrito.

 

Las camillas con los heridos eran llevadas por tres y a veces por dos soldados, en lugar de los cuatro apropiados -uno para cada esquina de la camilla-. Batallaron para caminar a través del barro en la lluvia torrencial –deslizándose, resbalándose, cayéndose y empujándose, con la cabeza caída como los de las fotos que he visto de los trabajadores en el río Volga.

 

A veces, mientras caminaban se resbalaban y caían y trataban de levantarse. Los heridos gritaban y se aferraban a la camilla, si podían, con aquellas partes de su cuerpo que no estaban heridas, para que no cayeran en el barro. A veces, todos caían y trataban de levantarse de nuevo, levantando la camilla que estaba atrapada y absorbida por el barro.

 

En un momento dado, vi a dos chicos tratando de llevar una camilla con un hombre herido que gritaba con fuerza. El acarreador en la parte posterior de la camilla estaba llorando y su cara era blanca como un hoja de papel. No podía llevar la camilla porque sus manos se resbalaban; ponía la camilla abajo y trataba de recogerla de nuevo. El portador en la parte delantera le gritaba y le lanzaba insultos y el hombre herido lloraba, pedía y trataba de mantenerse en la camilla para evitar deslizarse hacia atrás en el infierno fangoso que se encontraba abajo.

 

De repente, el portador en la parte delantera dejó caer la camilla y tanto el hombre herido y la camilla se hundieron en el lodo. Entonces este acarreador particular se tambaleó hacia el que cargaba en la parte trasera, que lloraba mientras intentaba levantarse. Con el puño, le pegó muy duro en la cara. De hecho lo golpeó con tanta fuerza que el pobre hombre cayó de espaldas en el barro, fue noqueado y no se movía.

 

Por un segundo el tipo que lanzó el golpe estaba asustado, pensando que había matado al otro portador; se inclinó hacia él, le agarró por el cuello y comenzó a sacudirlo. Cuando vio que se movía, comenzó maldiciendo e injuriando de nuevo. El portador caído se deslizó para salir del barro, llorando y haciendo caso omiso continuamente del otro que estaba gritando. Comenzó a caminar lejos de toda la escena como si estuviera en un sueño.

 

Mientras tanto el herido yacía en el barro y la lluvia, llorando. ¿Qué podía haber hecho el pobre acarreador bajo todas estas condiciones? Era difícil para los caballos andar por el campo; ¿cómo podría un hombre sobrecargado, con las manos mojadas resbaladizas, caminar a través de él? ¡Estas condiciones son tan poco dignas, humillantes e inhumanas! Quizá fue él el que envió a otros seis acarreadores, que no tardaron en llegar y sacaron al herido del barro.

 

Mientras tanto, en estas condiciones miserables de barro y lluvia, la batalla se está librando. Estamos muy ocupados cuidando a los heridos, que llegan sin parar con cada trauma imaginable causado por fragmentos de proyectiles de artillería, ametralladoras, pero sobre todo morteros. Nuestros pobres soldados pacientemente toman sus turnos, en silencio, sin protestar por el hecho de que no podíamos trabajar más rápido; algunos de ellos incluso están tratando de ayudar a los demás y nosotros, nosotros los médicos, tratamos de hacer lo mejor que podemos en condiciones primitivas, carentes tanto de herramientas y, me atrevo a admitir, de experiencia en cirugía traumática.

 

Nunca fui entrenado para hacer cirugía traumática bajo una presión tan grande y en tales condiciones primitivas. No tengo tiempo para pensar en alternativas; a veces apenas tengo tiempo para desinfectar una herida antes que deba hacer frente a otra más grave. En el fondo, mientras escucho las explosiones de las armas y las minas, pienso en los padres, esposas e hijos de los hombres, que están agonizando por ellos sin saber bien cuan grandes son los peligros -incluso los peligros naturales de este terreno salvaje y accidentado- y las lágrimas vienen a mis ojos.

 

Lo siento por cada soldado cuya familia está esperando en casa por él, como mi familia, mi dulce esposa, mis queridos familiares y amigos, y deseo con todo mi cuerpo y alma que esta guerra termine. Es una guerra desigual, injusta a la cual fuimos arrastrados, y va a llenar a todo el mundo con amargura y dolor. ¿Será nuestra pobre nación una nación de viudas, huérfanos y cojos?

 

Envío dinero y tarjetas para Chrysoula, Madre y Sofía. Debido a que nos hemos estado movilizando aún no hemos recibido el correo. ¡Ah, cómo necesito subirme la moral y la cúspide psicológica que la nota de un ser querido trae!.

Si quieres saber más lee “Written on the Knee: A Diary from the Greek-Italian Front of WWII” [Escrito sobre la rodilla: Un Diario desde el frente greco-italiano de la Segunda Guerra Mundial].

"La forma adecuada de llevar una camilla".

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