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“¡Dénme a sus hijos!”

Chaim Rumkowski pronuncia un discurso en la llamada "plaza de los bomberos" en Lustige Gasse 14 (en realidad el patio entre los edificios 12 y 14 en la calle Zachodnia en Łódź). El antiguo edificio de la estación de bomberos y las dos torres de la iglesia de la Asunción de María en Łódź son visibles en el fondo.

Quizá uno de los aspectos más crueles del Holocausto fue la forma en que los nazis manipularon a sus víctimas para que cooperaran en su propio exterminio. En cada gueto se nombró un consejo judío -un Judenrat – para que administrara los asuntos civiles en su representación.

 

Los propios judíos se convirtieron en responsables de la aplicación de las exigencias de los nazis. Al principio, esto equivalía a realizar labores tales como el registro de personas, la organización del trabajo, la organización para la distribución de alimentos.

 

Luego, cuando se iniciaron las deportaciones a los campos de exterminio, se esperaba que el Judenrat seleccionara a las personas que serían “reubicadas en el Este”. Al principio, la delgada ficción de que la gente realmente sería “reubicada” se mantuvo. Pero a medida que las deportaciones continuaron, cada vez más recurrentemente, no se sabría más de aquellas personas que dejaron el gueto en vagones de ganado. Pocos ahora se aferraban a la ilusión de que la deportación era cualquier cosa menos una sentencia de muerte.

 

Los camiones militares alemanes llegaron a los hospitales del gueto y las tropas SS aparecieron para apoderarse de los pacientes. El pánico cundió en el gueto. Los alemanes ordenaron a las autoridades del Judenrat que preparan a 20,000 personas para su deportación.

 

En el gueto de Łódź, el presidente del Judenrat era Chaim Rumkowski, un hombre que creía firmemente que al tratar con los nazis podría mitigar la peor de sus persecuciones. Él estableció el gueto de Łódź como centro de numerosos talleres que producían bienes para el esfuerzo de guerra alemán, creyendo que al hacerse útiles ellos mismos serían excluidos de las deportaciones y por tanto así se salvarían.

 

Sin embargo, su creencia de que podía hacer frente a los nazis estaba siendo socavada. El 2 de septiembre, los nazis habían exigido que los enfermos de los hospitales fueran deportados. Ahora exigían que fuera el turno de la mayoría de los niños menores de diez años.

 

La multitud reunida en el gueto de Łódź se dio cuenta que Chaim Rumkowski había cambiado físicamente, teniendo el cabello cano y demacrado en el transcurso de unos cuantos días. Mientras estaba de pie para dirigirse a ellos en la tarde del 4 de septiembre de 1942, se hizo evidente el por qué:

Un duro golpe ha afectado al gueto. Nos están pidiendo que renunciemos a lo mejor que poseemos… los niños y los ancianos Yo fui indigno de tener un hijo propio, así que le di los mejores años de mi vida a los niños. He vivido y respirado con los niños. Nunca imaginé que me vería obligado a ofrecer este sacrificio al altar con mis propias manos. En mi vejez, debo extender mis manos y rogar: ¡Hermanos y hermanas, entréguenmelos! Padres y madres, ¡dénme a sus hijos!

 

[Nota del transcriptor – Se escucha un lamento horrible, aterrador entre la multitud reunida].

 

Tenía una sospecha de que algo estaba a punto de suceder. Esperaba “algo” y siempre estuve como un centinela en guardia para evitarlo. Pero no tuve éxito porque no sabía lo que nos estaba amenazando. Yo no sabía la naturaleza del peligro. La toma de los enfermos de los hospitales me pilló completamente por sorpresa. Y les doy la mejor prueba que hay de esto: Yo tenía a mis propios, más cercanos y más queridos entre ellos, y no pude hacer nada por ellos.

 

Pensé que eso sería el final de todo, que después de eso nos iban a dejar en paz, la paz que añoro tanto, para la que siempre he trabajado, que ha sido mi meta. Pero resultó que estaba destinado algo más para nosotros. Tal es el destino de los judíos: siempre más sufrimiento y siempre cada vez peor sufrimiento, especialmente en tiempos de guerra.

 

Ayer por la tarde, me dieron la orden de enviar más de 20,000 judíos fuera del gueto y si no –“¡Nosotros lo haremos!”- Entonces, la pregunta se convirtió: “¿debemos hacernos cargo nosotros mismos, hacerlo nosotros mismos, o dejar que otros lo hagan?’ Bien, nosotros - es decir, yo y mis colaboradores más cercanos- no pensamos primero “¿Cuántos morirán?”, sino “¿Cuántos es posible salvar?” Y llegamos a la conclusión de que, por duro que fuera para nosotros, debemos tomar la aplicación de la presente orden en nuestras propias manos.

 

Tengo que realizar esta operación difícil y sangrienta, tengo que cortar extremidades para salvar al propio cuerpo, tengo que llevar a los niños porque, si no, otros pueden ser llevados también, Dios no lo quiera.

 

[Llanto horrible.]

 

No tengo pensado consolarlos hoy. Ni tampoco deseo calmarlos. Debo dejar al descubierto su total angustia y dolor. ¡Vengo a ti como un bandido, para quitarles lo que más atesoran en sus corazones! He intentado, utilizando todos los medios posibles, hacer que revoquen la orden. Intenté -cuando aquello probó ser imposible- suavizar la orden. Justo ayer ordené una lista de niños de nueve años de edad -deseaba, al menos, salvar a este grupo, los de nueve y diez años de edad-. Pero no se me otorgó esta concesión. Sólo en un punto tuve éxito, en salvar a los niños de diez años y más. Sea esto un consuelo en nuestro profundo dolor.

 

 

Las entiendo, madres; veo bien sus lágrimas. También siento lo que sienten en sus corazones, ustedes padres que tendrán que ir a trabajar en la mañana después que sus niños fueron arrebatados de ustedes, cuando justo ayer estaban jugando con sus pequeños. Todo esto lo sé y lo siento. Desde las cuatro de la tarde de ayer, cuando me enteré de la orden, he estado deshecho por completo. Comparto su dolor. Sufro debido a su angustia y no sé cómo sobreviviré esto, dónde encontraré la fuerza para hacerlo.

 

Debo decirles un secreto: solicitaron 24,000 víctimas, 3,000 al día por ocho días. He conseguido reducir el número a 20,000, pero sólo con la condición que estos sean niños menores de diez años. Los niños de diez años y mayores están a salvo. Debido a que los niños y los ancianos juntos equivalen sólo a unas 13,000 almas, el resto tendrá que ser completado con los enfermos.

 

No puedo hablar. Estoy exhausto; sólo quiero decirles lo que quiero de ustedes: ¡ayúdenme a llevar a cabo esta acción! Estoy temblando. Estoy temeroso que otros, Dios lo prohíba, lo hagan por su propia cuenta.

Si deseas saber más, lee “Łódź Ghetto: Inside a Community Under Siege” [Gueto de Łódź: dentro de una comunidad sitiada], editado por Alan Adelson y Robert Lapides.

Deportación de niños del gueto de Łódź, septiembre de 1942.

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