“Bienvenida” en Gross-Rosen
El SS-Obergruppenführer Schmauser visita la cantera del campo de concentración de Gross-Rosen.
La red de campos de concentración construidos por los nazis como parte de su plan para exterminar a los judíos de Europa era ocupada también por muchos que no eran judíos. Cualquier persona en los territorios ocupados de Europa podría ser víctima de ellos. La mera sospecha de haber participado en alguna forma de resistencia a los nazis era motivo suficiente para despachar sumariamente a personas a cualquiera de los cientos de campos de trabajo. En estos campos, cientos de miles de personas trabajaron hasta morir durante el transcurso de la guerra.
Cada una de las nacionalidades que habían sido subyugados por los nazis estaba representada entre aquellos recluidos. Personas de todos los rincones de Europa se encontraban en una batalla siniestra por la supervivencia personal –griegos y noruegos se encontraban junto a franceses y rusos–.
Sin embargo, un país estaba representado desproporcionadamente: Polonia. Aparte de los 3 millones de judíos polacos asesinado por los nazis, se cree que otros 2.8 millones de polacos murieron durante la guerra, ya sea fusilados sin motivo alguno o laborando hasta la muerte en un campo de trabajo. Stefan Duszka tenía 22 años cuando fue arrestado durante una redada en Kozienice, a principios de 1943. Llegó al campo de concentración Gross-Rosen en abril de 1943:
Días más tarde, el tren se detuvo. Al bajarnos del tren, nos dieron la bienvenida irónicamente con una banda de música. Pasamos por una entrada, por encima de la cual había un gran cartel que decía “Arbeit macht frei” (El trabajo te hará libre). La cerca de alambre de púas electrificada con las torres de vigilancia y guardias armados no indicaba que hubiera alguna manera de librarse de ese lugar. En mi primera conversación con los “veteranos” residentes me enteré que estaba en el campamento de concentración de Gross- Rosen. Me aseguraron que cualquiera que entrara en este lugar a través del portón, la única manera que yo, o cualquiera, podría salir sería a través de la chimenea del crematorio.
La parte de mi estancia en Gross-Rosen que nunca dejará mi memoria son los baños del campo. Nuestro transporte entero se movilizó con gritos y golpes, corriendo desnudos a las regaderas. Fuimos apretujados en las regaderas como sardinas. Estaba increíblemente caliente y el aire era sofocante. Sin embargo, no salía agua de las duchas. Algunas gotas caían cada pocos segundos de algunas de ellas y esperando debajo de cada una había adocenas de gargantas sedientas. Los prisioneros más débiles se desmayarían y luego se arrastraban hasta los rincones, donde se convulsionaban y morían en agonía.
Después de varias horas de tortura, nos dejaron salir, unas cuantas docenas a la vez y nos dirigían a una piscina llena de agua helada. Era el comienzo de abril y el clima aún era invernal. De esta forma, varios más de los prisioneros más débiles eran rematados.
Nosotros, los recién llegados, fuimos transformados en prisioneros de una manera muy abrupta. Los barberos nos afeitaron el cabello y nos dieron los infames uniformes a rayas de prisión, con boinas hechas de la misma tela a rayas. Dos matones en cada puerta nos apresuraban con golpes de sus macanas en nuestros cuerpos desnudos.
Desde el primer día, a nosotros los recién llegados nos mostraron la disciplina del campo. Fuimos agrupados en filas y por horas nos entrenaron sobre cómo “saludar” correctamente a las autoridades del campo. Parecía que el objetivo principal de la boina rayada era “saludar” con ella a los hombres de las SS que pasaban. Debíamos pararnos en posición rígida de firmes a una distancia apropiada de los hombres de las SS, y quitarnos nuestra boina de la cabeza a la velocidad del rayo y golpearla contra nuestra cadera en forma de saludo. Cualquiera que no saludara un hombre de las SS de esta manera recibía una fuerte paliza, a veces hasta la muerte.
Mi labor era trabajar en la cantera. Mi primer trabajo fue cargar las piedras en las carretas. Tuvimos que trabajar al aire libre, sin importar el clima, desde el amanecer hasta el anochecer. Trabajábamos sin descanso, bajo la atenta mirada y los palos brutales de los “Kapos”. Los Kapos eran la banda de capataces del campo de concentración. Por lo general eran alemanes y tenían antecedentes criminales e inclinaciones sádicas. Ellos tenían el poder absoluto de la vida y la muerte sobre sus grupos. Parecía que entre más crueldad se exhibiera y cuanto mayor era el dolor infligido, eran más estimados por la administración del campo.
Mi grupo cavó trincheras, paleó arena, rompió piedras con mazos y se transportaban la roca. Cuando teníamos los mazos en nuestras manos, tenían que mantenerse en constante movimiento y teníamos que dar golpes fuertes en cada abanicada. Al trabajar con las palas, tenían que estar en constante movimiento y llenando los bordes cada vez. Cuando llevábamos las rocas, había que hacerlo a la carrera, y que Dios te ayude si las rocas eran demasiados pequeñas. Y así seguía, hora tras hora, día tras día, sin descanso.
Los prisioneros veteranos ya dominaban el arte de “trabajar con sus ojos”. Esto consistía en observar cuidadosamente al Kapo. El instante en que su atención estaba en algún lugar que no fueran uno, podía relajarse por un momento. Esto exigía reflejos rápidos y había que anticipar el instante en que el Kapo volvía su mirada en tu dirección. Si no tenías reflejos rápidos, era mejor no intentar “trabajar con tus ojos”. Los Kapos o las SS te acabarían en un instante.
Nuestro enemigo número uno era el hambre. El organismo humano normal no podía sobrevivir más de tres meses con las calorías que eran proporcionadas. Estas raciones de hambre se reducían aún más por el robo y la corrupción de los Kapos y la administración del campo.
Además del hambre, el frío era nuestro mayor enemigo, especialmente durante el invierno. Las lluvias frías de otoño también eran devastadoras. Nuestros uniformes empapados no se secaban durante la noche en las barracas sin calefacción y teníamos que trabajar por días con los uniformes mojados. Tratábamos de mantenernos en calor de la manera que podíamos. Por ejemplo, podíamos usar sacos viejos de cemento bajo nuestros uniformes. ¡Pobre de aquella persona que fuera sorprendida usando tal “suéter”!
Algunos de los internos se encontraban al límite de sus fuerzas y perdían la voluntad de vivir. Nos referíamos a estas personas apáticas en el argot campamento como los “Muselmann” [musulmán]. Para un Muselmann la única esperanza de sobrevivir el invierno era ir al hospital del campo, pero era difícil ser admitido. Los prisioneros a menudo se lesionaban a propósito con la esperanza de conseguir entrar unas pocas semanas. Era difícil llamar a esta instalación un hospital, pero te mantenía fuera del frío y alejado del trabajo asesino.
Mi trabajo en la cantera me agotó tanto física como espiritualmente, que estuve cerca de ir al crematorio. Mi voluntad se había debilitado tanto que a pesar del hecho de que yo estaba enfermo ni siquiera traté de entrar al hospital. Me convertí en un Muselmann.
Stefan Duszka sólo sobrevivió porque tenía conocimientos técnicos que le permitieron su traslado a un campo de trabajo construyendo los cohetes V1 y V2 –las labores obra eran menos demandantes físicamente–. Su relato completo y más historias de las experiencias de los polacos bajo el dominio nazi pueden encontrarse en Felsztyn.
La entrada a Gross-Rosen -de los 120,000 que pasaron por estas puertas, 40,000 morirían-.
La cantera de Gross-Rosen, donde miles de personas trabajaron hasta morir.