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Tensa situación con prisioneros rusos

Prisioneros de guerra soviéticos de origen asiático, en junio de 1942.

El avance alemán en el sur de la Unión Soviética estaba teniendo buen progreso, pero no sin antes enfrentar una feroz resistencia de las fuerzas rusas. Los alemanes estaban haciendo su camino hacia los campos petroleros de Bakú y avanzando hacia el Volga, hacia Stalingrado.

 

Para estos momentos, la situación en el sector de Voronezh se estaba complicando para los soviéticos, por tanto, Stalin estaba resuelto a hacer movimientos en la jerarquía militar buscando que se tomaran mejores decisiones en la organización de las fuerzas del Ejército Rojo.

Las fallas en el mando soviético habían permitido, entre otros factores, que los alemanes estuvieran llegando al Río Don y encaminando sus pasos hacia Rostov, a tan sólo unos 500 kilómetros del Volga y Stalingrado.

 

En la primavera de 1942, mientras Henry Metelmann combatía con la Wehrmacht en Rusia, fue herido y pasó algún tiempo en un hospital de campo siendo bien cuidado por médicos rusos. Fue dado de alta a principios del verano antes de que comenzara la principal ofensiva alemana del año. Metelmann aún no estaba en condiciones de reunirse con su unidad, por lo que fue enviado por un período para resguardar a los prisioneros de guerra soviéticos. En algún momento de julio de 1942, Metelmann escribió en sus memorias acerca de una inesperada situación:

¡Repentinamente hubo un arribo inesperado! Todas las cabezas voltearon al tiempo que un grupo de alrededor de unos cincuenta prisioneros rusos fue traído junto con guardias alemanes. Rompieron las filas en este día caluroso y corrieron despavoridos sobre la pradera para beber el agua fresca del arroyo; casi todos ellos estaban ahora arrodillados en la orilla con sus cabezas casi desapareciéndose en él. Cuando lentamente, ante los gritos de los guardias, regresaron a la formación, uno de nuestros mayores, al volverse desde la mesa, vio a un coronel ruso a la cabeza de los prisioneros. De una manera muy arrogante le ordenó que viniera. El coronel, comportándose como si no entendiera, no respondió, así que el mayor envió a su ordenanza para que lo trajera. Para este momento, los oficiales estaban algo descompuestos por la bebida y cuando el ruso, llevando su abrigo sobre su hombro, se plantó poderosamente frente a la mesa y observó la escena con asombro y disgusto abierto, cesó toda conversación alrededor de nosotros. Incluso nosotros, los Fritzes ordinarios al margen de todo, podíamos sentir que algo importante estaba sucediendo, que había surgido una situación que ninguno esperaba y para la cual ninguno estaba preparado. No había duda: el coronel ruso ciertamente estaba impresionando. Resistió la prueba de comparación contra lo que de repente parecía ser un lote degenerado, había algo culturalmente superior sobre él como ser humano.

El mayor que lo había llamado se mantuvo en su asiento, su túnica abierta, sus ojos borrosos, le preguntó en ruso por su nombre y unidad, los cuales proporcionó el coronel. Entonces el mayor solicitó más información y el ruso contestó, mezclando algo de alemán, que había proporcionado toda la información requerida legalmente y que no revelaría nada más. Por supuesto, nos dimos cuenta que él estaba en lo correcto pero, con una grotesca insensibilidad, el mayor comenzó a insultar tanto al oficial ruso como a nosotros, los observadores, sus propios subordinados alemanes. Proclamó en voz alta a sus oficiales compañeros: ‘Miren a este granuja común, ¡un coronel en el Ejército Rojo! ¡Bah! ¡Yo no lo hubiera promovido a una posición más alta que un mozo de cuadra! ¡Basura ordinaria!’ El ruso entendió el insulto muy bien, porque mostró su decidido desprecio simplemente diciendo con voz profunda y varonil -en comparación con la más bien chillona del mayor-: ‘¡Permítame recordarle, mayor, que soy sin embargo un coronel, mientras que usted es solamente un mayor!’ ¡Eso de alguna manera dio en el blanco! Haber sido puesto en su lugar delante de todos nosotros debió ser demasiado para él. Y antes de que nadie pudiera hacer nada al respecto, el mayor, sin decir otra palabra, sacó su pistola de su funda y le disparó al coronel en el corazón. Él cayó hacia atrás como una barra de hierro en el polvo, sin ningún sonido. Por debajo de su cuerpo salió un pequeño hilo de rojo.

La conmoción fue inmensa, por un momento hubo completo silencio. Pero era la calma antes de la tormenta. Los oficiales hicieron el primer movimiento, algunos brincaron y arrebataron la pistola del mayor, una indecisión muy inusual dado su comportamiento. Entonces de atrás vino un gruñido que se convirtió en gritos fuertes. Los prisioneros rusos se exaltaron y nuestros guardias se pusieron nerviosos. Y entonces la oleada de furia se levantó entre nosotros los Landsers [soldados] comunes, nuestra reacción, debido a la enormidad del crimen, fue totalmente instintiva. Ignorando todas las reglas de disciplina militar y obediencia. Fuimos a la mesa, gritando fuertes ofensas a nuestros oficiales, quienes nos observaron en silencio y desconcertados como si no pudieran creer lo que estaban viendo. Los insultamos, cobardes y demandamos acción contra el mayor. Entonces algunos de nosotros, que estábamos desarmados, incluyéndome, fuimos a reunirnos con los rusos y les hicimos saber que estábamos de su parte. Los guardias estaban gritando, pero incapaces de hacer nada mientras estábamos con los rusos, tomándolos de los hombros como un gesto de camaradería. Nadie intervino. Fue entonces que nosotros decidimos aflojar la situación, probablemente previniendo una matanza, estrechando las manos con nuestros camaradas rusos y luego retirándonos. Fue una de las más extrañas confrontaciones experimentadas en toda la campaña rusa.

Mientras los prisioneros eran llevados, ellos seguían volviendo sus miradas hacia el cuerpo del coronel y tan pronto como desaparecieron de vista, algunos de nosotros recibimos órdenes para sepultar al coronel un poco más lejos hacia el arroyo. Tiempo después, debido al alcohol, inició una discusión entre los oficiales. El pequeño mayor sólo se quedó allí sentado con una botella cerca y no dijo nada.

Si deseas saber más, lee “Through Hell for Hitler” [A través del infierno por Hitler], de Henry Metelmann.

Desde el comienzo de los combates en la primavera de 1942, más de un millón de primavera de rusos fueron capturados en el frente sureste. En la imagen, un improvisado campo de prisioneros com miles de prisioneros soviéticos, en agosto de 1942.

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