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Batalla en el Río Tenaru

Soldados japoneses muertos, quienes sucumbieron al atacar las posiciones de los Marines de los Estados Unidos, los cuales yacen en el banco de arena en la desembocadura de Alligator Creek, Guadalcanal, después de la batalla ocurrida el 21 de agosto de 1942.

Los japoneses reaccionaron rápidamente a los desembarcos de los Marines de los Estados Unidos en Guadalcanal. El coronel Kiyono Ichiki del Ejército Imperial Japonés y 900 hombres del 28º Regimiento de Infantería fueron enviados por destructores rápidos para contraatacar a los infantes de marina que se habían establecido cerca del campo aéreo Henderson.

 

Las fuerzas japonesas desembarcaron a unos veinte kilómetros de distancia y avanzaron a través de la espesa selva. Ichiki no esperó a para equilibrar sus fuerzas –otros 1,200 hombres más venían en camino para reunirse con él-. Una patrulla japonesa de avanzada fue arrasada por los infantes de marina el 18 de agosto.

 

Los Marines se atrincheraron y estaban listos y esperando al anochecer del 20 de agosto. Robert Leckie registraría la acción:

Ahora teníamos problemas de trazadores de un tipo diferente. Habíamos empezado a tomar turnos disparando y yo estaba en el arma. Los trazadores venían hacia mí, a mi lado. Provenían desde la oscuridad del río. No los ves venir. No están allí; entonces, allí están, danzando alrededor tuyo de puntas; alegres chispas con el regocijo del infierno.

 

Ellas venían hacia mí y el tiempo se alargaba. Había unas cuantas ráfagas, estoy seguro, pero el tiempo se congelaba mientras me inclinaba lejos de ellas.

 

“Chuckler”, murmuré. “Es mejor movernos. Parece que tienen la distancia. Quizá debamos continuar moviéndonos. De esa manera no podrán tener el rango. Y quizá ellos piensen que poseemos más armas de las que realmente tenemos”.

Chuckler asintió. Soltó las abrazaderas del arma y la deslizó para liberarla de su base en el trípode. Me recuesto sobre mi espalda y apoyo la ametralladora sobre mi pecho. Nos movemos hacia atrás, como nadadores de dorso, casi como nos habíamos movido cuando robamos la caja de cerveza del tugurio de Carolina del Norte, mientras tanto, tratando de evitar hacer ruido que pudiera ocurrir durante uno de esos momentos de silencio extraños y de suspenso que suceden en las batallas -ruido que pudiera atraer fuego de la ribera opuesta- si alguien estaba allí.

Puesto que, verán, nunca sabíamos si realmente había alguien allí. Escuchábamos ruidos; les disparábamos. Sentimos la explosión de proyectiles a nuestro lado y escuchamos balas enemigas; pero no estábamos seguros de su punto de partida.

Pero, ahora, no había fuego enemigo mientras nos retorcíamos a nuestra nueva posición. Ensamblamos la ametralladora de nuevo y continuamos disparando, lanzando ráfagas a los sonidos de actividad como lo habíamos hecho antes. Permanecimos allí por quince minutos, luego buscamos una posición nueva. Por tanto, pasamos el resto de la batalla moviéndonos y disparando, moviéndonos y disparando.

El amanecer parecía salir de un tubo de mortero. Los dos coincidieron, el aumento en el bombardeo de nuestros morteros y el arribo de la luz. Ahora podíamos ver que la espesura de cocoteros, directamente opuesta a nosotros, no tenía vida en ella. Había cuerpos, pero no enemigo vivo.

 

Pero a la izquierda, hacia el océano y al otro lado del Tenaru, los remanentes de esta fuerza atacante japonesa derrotada estaba siendo aniquilada. Podíamos verlos, corriendo. Nuestros morteros se habían puesto detrás de ellos. Estábamos encaminando nuestro fuego adentro; eso es lanzando proyectiles en la retaguardia del enemigo, luego dejando caer los proyectiles cada vez más cerca de nuestras propias líneas, de tal forma que nuestro desafortunado enemigo fuera forzado a dejar refugio tras refugio, siendo inexorablemente enviado hacia nuestro frente, donde por fin era arrojado afuera y destruido.

 

Podíamos verlos saltar de árbol en árbol. El arma del Caballero estaba en una posición excelente para enfilarse. Así lo hizo. Disparó largas ráfagas sobre ellos. Algunos de nosotros disparamos nuestros rifles. Pero ahora estábamos fuera de la batalla, muy lejos hacia nuestro flanco derecho. No podíamos agregar nada más a una situación obviamente bajo control.

 

“Cesen el fuego”, alguien de la Compañía G gritó al Caballero. “Primer batallón cruzando”.

 

La infantería había cruzado el Tenaru en el puente hacia nuestra derecha y se estaban abriendo en el bosque de cocoteros. Barrerían hacia el océano.

 

Tanques ligeros estaban cruzando el banco de arena lejos hacia nuestra izquierda, encabezando un contraataque.

 

Los japoneses estaban siendo clavados en un ataúd.

Si deseas saber más, lee “Helmet for my Pillow: From Parris Island to the Pacific” [El casco era mi almohada: de la Isla Parris al Pacífico], de Robert Leckie.

Los Marines estadounidenses improvisaron cuantas defensas pudieron mientras esperaban el ataque japonés. Una sola línea de alambre de púas, despojada de las plantaciones cercanas, proporcionaba un útil sistema de alerta temprana, haciendo tropezar al primer asalto.

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