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Saqueos en Manila ante la ocupación japonesa

Tanques japoneses movilizándose hacia la ciudad de Manila, en Filipinas, en enero de 1942.

Los japoneses estaban ocupando Manila al tiempo que las fuerzas estadounidenses y filipinas se establecían en las proximidades de la Península de Bataan, buscando con ello que las tropas retirándose desde Luzón pudieran escapar de ser capturadas y tuvieran paso desde Manila hasta la zona peninsular.

 

Pero la invasión japonesa de la ahora ciudad indefensa, estaba provocando pánico y saqueos por parte de la población, que no tenía idea de lo que el futuro deparaba. Víctor Buencamino, vicepresidente y director de la Corporación Nacional de Arroz y Maíz, así como encargado de la administración de alimentos en durante la emergencia, cuyo hijo estaba sirviendo en el ejército filipino en la defensa de su nación, escribió las graves condiciones que prevalecían en la ciudad capital de Filipinas:

El saqueo continúa sin cesar. La guerra hace resaltar lo noble y lo degradante en el hombre. Vi a tres soldados japoneses hablando con dos mujeres con rostros pintados en una esquina de la calle.

 

Miles de personas arrasaron nuestros almacenes. La bodega de la calle Batangas fue completamente saqueada. Le pedí al jefe Torres y al alcalde Nolasco que brindaran protección de la policía, pero no tenían nada que ofrecer.

 

Después de consultar con el secretario Vargas, se decidió que llevara el problema ante las autoridades japonesas. Llamé al Cónsul General Nihro, pero él no estaba en su oficina. El vicecónsul Itoh me atendió en su lugar. Hice las siguientes representaciones, teniendo sólo en mente el bienestar de la población. En primer lugar, la gente debe estar segura de su suministro de arroz; de lo contrario habrá disturbios, derramamiento de sangre, muertes. En segundo lugar, los almacenes NARIC deben estar provistos de protección militar. En tercer lugar, las ventas deben estar autorizadas en Pureza, Evangelista, Batangas y Azcárraga. Todos estos puntos de venta deben estar bien protegidos. En cuarto lugar, los camiones NARIC no deben ser confiscados. La distribución del arroz no debe obstaculizarse en los mercados, las tiendas del sari-sari, las escuelas y las bodegas NARIC.

 

El señor Itoh fue cortés, comprensivo y servicial. Creo que se percata de la gravedad de la situación alimentaria. Fuimos al Hotel Manila para buscar al intendente del Ejército. Finalmente, encontré al oficial de suministros del Club del Ejército y la Armada. El comandante japonés dijo que estudiaría mis propuestas mañana, domingo, y prometió dar su decisión el lunes.

 

El trabajo de un funcionario del gobierno es ingrato. Me gustaría dejar mi trabajo ahora mismo, quedarme en casa, sentarme en mi sofá y leer libros. Eso me liberaría de muchos dolores de cabeza, chismes y una salud tensa.

 

Hay bombarderos de nuevo. Puedo escuchar su zumbido. Debe ser otra incursión en Bataan. Me pregunto si mi hijo aún está vivo. Sigo diciéndome que no hay nada más glorioso que la muerte de un soldado en el campo de batalla. Mi hermano mayor, Joaquín, murió en la guerra de 1898.

 

Pensar en el sueño eterno me impide dormir.

Si deseas saber más, lee “Memoirs of Victor Buencamino” [Memorias de Víctor Buencamino], publicado por la Fundación Filipina Jorge B. Vargas.

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