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Personal de tren enfrente de la pequeña estación de Sobibor, opuesta al campo.

Jules Schelvis, un judío holandés, había sido puesto en un vagón de ganado, junto con el resto de su familia, el 1º de junio de 1943. Era el decimocuarto de tales transportes que había dejado el campo de tránsito holandés de Westerbork. Les habían dicho que estaban destinados para “trabajar en el Este”.

De hecho, casi todos los 34,313 judíos que fueron enviados a Sobibor desde Holanda (alrededor de un tercio de las deportaciones totales de Holanda) fueron gaseados poco después de llegar al campo de exterminio. Unos cuantos cientos de hombres y mujeres fueron seleccionados para realizar trabajos forzados, ya sea en el “campo” o en localidades cercanas. De este grupo sólo dieciocho sobreviviría a la guerra. Jules Schelvis fue uno de ellos:

En la mañana del viernes 4 de junio, finalmente paramos en Chelm, cerca de lo que había sido la frontera con Rusia.

El viaje nos había dejado tan cansados que ya no estábamos interesados en dónde acabaríamos. Sólo una pregunta permanecía: cómo salir del vagón maloliente de ganado sobrecargado y conseguir un poco de aire fresco en los pulmones. Ese viernes por la mañana, a las diez, después de un viaje de setenta y dos horas, finalmente se detuvo en las inmediaciones de un campo. Resultó ser Sobibor.

Los judíos del Banhofskommando eran muy torpes con nosotros al bajarnos del tren a la plataforma. Dejaron saber que eran judíos hablando yiddish, la lengua de los judíos de Europa del Este.

Los hombres de las SS que estaban de pie detrás de ellos estaban gritando “schneller, schneller”, más rápido, más rápido y arremetieron contra las personas una vez que se alineaban en la plataforma. Sin embargo, la primera impresión del propio campo no despertó ninguna sospecha, ya que el cuartel se veía más bien como pequeñas casitas tirolesas, con sus cortinas y geranios en el alféizar.

Pero no había tiempo qué perder. Seguimos nuestro camino hacia afuera lo más rápido posible. Rachel y yo, y el resto de nuestra familia, por suerte no tuvieron dificultad para rápidamente hacer su camino hacia la plataforma, que había sido construida de arena y tierra.

Detrás de nosotros se podían escuchar los gritos de agonía de los que no podían levantarse lo suficientemente rápido, ya que sus piernas se habían entumido como resultado de estar en una posición incómoda durante mucho tiempo, afectando gravemente su circulación. Pero a nadie le importaba. Una de las primeras cosas que pensé fue la suerte que teníamos de estar todos juntos y que el secreto de nuestro destino sería ahora finalmente revelado. Sin embargo, los hechos hasta ahora no prometían nada bueno y entendimos que esto sólo era el comienzo.

Era evidente que habíamos llegado a nuestro destino final: un lugar para trabajar, como nos habían dicho en Holanda. Un lugar en el que muchos de los que se habían ido antes que nosotros ahora deberían también estar trabajando. Nuestra presencia debe ser de bastante importancia ¿por qué los alemanes habrían de molestarse en traernos hasta aquí, viajando durante tres días con sus noches, cubriendo una distancia de dos mil kilómetros?

Sin embargo, los alemanes usaban látigos, arremetiendo contra nosotros y empujándonos desde atrás. Mi suegro, caminando a mi lado, fue golpeado sin motivo. Él se encogió de dolor sólo por un momento, porque no quería que nadie lo viera. Rachel y yo nos agarramos firmemente de la mano uno con el otro, desesperados de no ser separados en esta situación infernal. Nos llevaron por un camino bordeado de alambre de púas hacia algunas barracas grandes y no nos atrevimos a mirar alrededor para ver lo que estaba sucediendo detrás de nosotros.

Nos preguntamos qué había pasado con el bebé en nuestro vagón y con la gente que no podía caminar, y ¿qué pasa con los enfermos y los discapacitados? Pero no nos dieron tiempo para pensar en estas cosas y, además, estábamos demasiado preocupados por nosotros mismos. “¿Qué voy a hacer con mi reloj de oro?”, dijo Rachel. “Ellos me lo quitaran en un minuto”. Contesté, “entiérralo, ya que podría ser digno de una gran cantidad de dinero en el futuro”.

Mientras ella caminaba, se dio cuenta de un pequeño agujero en la arena y rápidamente tiró el reloj en él, utilizando el pie para encubrirlo. “Recuerda”, dijo, “dónde lo enterré. Podemos tratar de desenterrarlo más adelante, cuando tengamos un poco más de tiempo”.

Como ganado, fuimos conducidos a través de un cobertizo que tenía puertas a ambos lados, abiertas de par en par. Se nos ordenó tirar todo nuestro equipaje y seguir adelante. Nuestro pan y mochilas, con nuestro nombre, fecha de nacimiento y la palabra “Holanda” escrito en ellas, terminaron en la cima de pilas enormes, al igual que mi guitarra, que había traído ingenuamente y que había guardado hasta el final. Mirando rápidamente a mí alrededor, vi cómo terminó debajo de más equipaje. Me di cuenta de que algo peor estaba por venir. Despojado de todo lo que alguna vez habíamos pasado tanto tiempo y cuidado en adquirir, salimos de la nave a través de la puerta de enfrente.

Yo estaba tan sorprendido y distraído porque nos habían quitado todas nuestras posesiones, que a pesar de que había visto a un hombre de las SS en algún momento, nunca me di cuenta, hasta que fue demasiado tarde, de que las mujeres habían sido enviadas en una dirección diferente. De repente, Rachel ya no estaba caminando a mi lado. Sucedió tan rápido que ni siquiera había podido besarla o llamarla. Tratando de mirar alrededor para ver si podía localizarla en alguna parte, un hombre de las SS me espetó para que mirara hacia adelante y mantuviera mi “Maul (boca) cerrada”.

Junto con los hombres que me rodeaban, me llevaron a un ritmo ligeramente más lento hasta un punto justo en una abertura en una valla, donde otro hombre de las SS estaba ubicado. Miró a los hombres más jóvenes de arriba a abajo fugazmente, pareciendo no tener interés en los mayores. Con un empujón rápido de su látigo, hizo señas a algunos de ellos para que se alinearan por separado por el borde del campo.

Justo enfrente de mí, a mi cuñado Ab, se le ordenó para que se uniera a este grupo cada vez mayor. Mi suegro, David y Herman, mi cuñado de trece años, fueron completamente ignorados. Mi suegro era demasiado viejo, Herman era demasiado joven. Echándome un vistazo a mí, me dejó pasar también. Tenía que seleccionar a sólo ochenta hombres de aspecto saludable.

Los que no habían sido seleccionados tuvieron que movilizarse a lo largo en el campo y sentarse. Ese viernes, 4 de junio de 1943, el sol de Sobibor caía a plomo sobre nuestras cabezas. Era mediodía y ya hacía mucho calor. Allí estábamos, indefensos, impotentes, exhaustos, a merced de los alemanes y completamente aislados del resto del mundo. Nadie nos podía ayudar aquí. El SS nos mantenía cautivos y eran libres de hacer lo que quisieran.

Si deseas leer el relato completo, visita Holocaust Education & Archive Research Team [Equipo de Investigación de Archivos y Educación sobre el Holocausto].

Las Entrevistas de Sobibor tienen mucho más sobre los medios de transporte holandeses a Sobibor.

Jules el día de su matrimonio con Rachel en 1941. Ellos fueron separados poco después de l

Jules el día de su matrimonio con Rachel en 1941. Ellos fueron separados poco después de llegar a Sobibor, ella estaba entre la gran mayoría de los que fueron asesinados casi de inmediato.

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Hombres del servicio de mensajería del Westerbork Orde Dienst.

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