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Manstein conversa con Hitler sobre el mando

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Soldados alemanes en algún lugar en el frente oriental, en febrero de 1943.

El 6 de febrero, un avión Cóndor fue enviado para recoger al mariscal de campo von Manstein para una conferencia con Hitler. A raíz de Stalingrado, los ejércitos alemanes en el frente oriental se encontraban todavía en una situación precaria. Von Manstein estaba ahora al mando del “Grupo de Ejércitos Don”. Había tenido el mando general de las fuerzas alemanas intentando aliviar la situación en Stalingrado, durante Unternehmen Wintergewitter [Tormenta de invierno]. Ahora estaba tratando de consolidar las líneas alemanas y dar estabilidad al frente oriental.

Él quería hablar con Hitler no sólo sobre asuntos operacionales inmediatos, sino también sobre la cadena de mando. Desde que Hitler había adoptado el papel de Comandante Supremo tras la destitución del mariscal de campo Walther von Brauchitsch, sus generales se habían quejado de su injerencia sobre la toma de decisiones en el campo. Los comandantes del ejército querían tener libertad para ser capaces de reaccionar ellos mismos ante situaciones, sin tener que estar solicitando órdenes constantemente al Führer.

Von Manstein quería que la cadena de mando formal fuera revisada. Hitler, por supuesto, no quería escuchar nada de eso. El relato de von Manstein de la conferencia del 6 de febrero de 1943 tiene varias páginas que van, hasta cierto punto, describiendo la capacidad militar de Hitler y sus perspectivas. Este es uno de los relatos más interesantes de cualquiera de los comandantes de alto rango que trabajó personalmente con Hitler:

La conferencia del 6 de febrero de 1943 entre Hitler y yo hizo posible prevenir el desastre que amenazaba con apoderarse del ala sur alemana y dar al Mando Supremo una oportunidad más de al menos llegar a un punto de estancamiento en el este.​

Hitler abrió las conversaciones con un reconocimiento sin reservas de su exclusiva responsabilidad por el destino del Sexto Ejército, que había encontrado su trágico final unos días antes. En ese momento yo tenía la impresión de que estaba profundamente afectado por esta tragedia, no sólo porque constituía un flagrante fracaso de su propio liderazgo, sino también porque estaba deprimido profundamente, en un sentido puramente personal, por la suerte de los soldados que, por la fe que tenían en él, habían luchado hasta el final con tal valor y devoción al deber. Sin embargo, más tarde llegué a dudar si Hitler tenía lugar en su corazón para los soldados que le dieron esa confianza ilimitada y que le permanecieron fieles hasta el final. Para entonces yo me preguntaba si él sólo los consideraba a todos ellos -desde el mariscal de campo hasta el soldado raso- como meros instrumentos de sus objetivos de guerra.

Sea como fuere, ese gesto de Hitler al asumir la responsabilidad inmediata e incondicional de Stalingrado dio una nota de caballerosidad. Ya sea en forma deliberada o inconscientemente, él había mostrado una considerable habilidad psicológica en la forma en la que abría nuestra plática. Siempre tuvo una destreza magistral para adaptar su estilo con su interlocutor.

Por mi parte, me había decidido a conversar dos cuestiones con él.

 

La primera era el de la futura realización de operaciones en mi propia zona, que dependía de obtener el consentimiento de Hitler para el abandono de la parte oriental de la cuenca del Donetz. Era esencial sacar esto de él ese mismo día.

 

La segunda pregunta que deseaba plantear era la del Comando Supremo, es decir. la forma en que había sido ejercida por Hitler desde la destitución del mariscal de campo von Brauchitsch. El resultado de este estilo de liderazgo, Stalingrado, me dio una razón adecuada para plantearlo.

Para resolver primero la segunda pregunta, permítanme decir muy brevemente que no se llegó a ninguna conclusión satisfactoria. Al darme cuenta de que un dictador como Hitler nunca se atrevería a dimitir como Comandante en Jefe, traté de hacer que aceptara una solución que no dañaría su prestigio y, sin embargo, garantizaría un liderazgo militar saludable para el futuro. Le pedí que se asegurara de la uniformidad de este liderazgo mediante el nombramiento de un Jefe del Estado Mayor en quien debe confiar implícitamente y al mismo tiempo investir con la responsabilidad y autoridad apropiadas.

Pero Hitler claramente no estaba dispuesto a tratar el asunto con imparcialidad. Siguió recurriendo a los aspectos personales del caso, quejándose de las decepciones que había sufrido con von Blomberg, el Ministro de Guerra, e incluso con von Brauchitsch. Declaró sin rodeos, además, que no podía nombrar a nadie en una posición que lo pusiera virtualmente por encima de Göring, quien jamás se subordinaría a la dirección de un Jefe del Estado Mayor incluso si este último actuaba en nombre de Hitler. Si Hitler estaba realmente reacio de ofender a Göring o lo utilizó meramente como pretexto, no puedo descrifarlo.

Como fue mi experiencia en ocasiones similares, evitó cualquier diálogo real de lo que yo tenía que decir en cuestiones operativas. Ni siquiera trató de proponer su propio mejor plan o de refutar las hipótesis en las que yo había basado mis argumentos. Tampoco rebatió que la situación se desarrollaría de la manera en la que yo me sentía obligado a anticipar. Trató cada declaración que no llevara directamente a las necesidades más apremiantes del momento como puras hipótesis que podrían o no convertirse en realidad. Ahora, todas las consideraciones de carácter operacional están basadas en última instancia -sobre todo cuando se le ha dado la iniciativa al enemigo- en apreciaciones o hipótesis sobre el curso de acción que se espera tome el enemigo. Si bien nadie puede anticipar que una situación se desarrolle de tal o cual manera, el único comandante militar exitoso es aquel que pensar con anticipación. Él debe ser capaz de ver a través del velo que siempre envuelve a las acciones futuras del enemigo, por lo menos hasta el punto de juzgar correctamente las posibilidades abiertas, tanto para el enemigo como para él mismo. Por supuesto, entre más grande sea la esfera de mando, mayor el largo plazo en la que debe uno pensar. Y cuanto mayor sea la distancia a cubrir y las formaciones que deben movilizarse, más largo será el intervalo que deba transcurrir antes de que la decisión tomada pueda producir resultados tangibles. Sin embargo, esta forma de pensar a largo plazo no era del gusto de Hitler -al menos no en el ámbito operativo-. Posiblemente no le gustaba la idea de verse confrontado con conclusiones que no se ajustaran a sus deseos. Puesto que éstas no pueden ser refutadas, evitó involucrarse en ellas siempre que fuese posible.

Si deseas saber más, lee “Lost Victories” [Victorias Perdidas], del mariscal de campo Erich von Manstein.

Miembros de la División Waffen SS ‘Leibstandarte Adolf Hitler’ en el frente oriental, en f

Miembros de la División Waffen SS “Leibstandarte Adolf Hitler” en el frente oriental, en febrero de 1943.

El mariscal de campo von Manstein, a la derecha, en el verano de 1941, posiblemente el día

El mariscal de campo von Manstein, a la derecha, en el verano de 1941, posiblemente el día antes del lanzamiento de la Operación Barbarroja.

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