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El Papa suplica a Roosevelt evitar bombardeos en Roma

Miembros del Regimiento Real Canadiense 22e en audiencia con el Papa Pío XII. Imagen de la

Miembros del 22º Regimiento Real Canadiense en audiencia con el Papa Pío XII. Imagen de la Biblioteca y Archivos de Canadá.

Ante la rendición de las fuerzas alemanas e italianas en el África del norte y habiendo capturado Túnez, los Aliados comenzaron el bombardeo de la isla italiana de Pantelleria, a 160 kilómetros de Túnez. Pantelleria estaba en los planes aliados para llevar a cabo una invasión en las próximas semanas, ya que serviría como base para ataques en la isla italiana más grande de Sicilia, a tan solo 95 kilómetros de distancia.

Ya con anterioridad a la finalización de la campaña norafricana, los Aliados habían estado realizando misiones para bombardear tierras italianas. Parecía inminente que el siguiente paso para los fuerzas británicas y norteamericanas en la reconquista de Europa era la invasión de Italia y se esperaba que pronto se desatara una operación de bombardeos pesados para mitigar la oposición de las fuerzas del Eje.

Ante esto, el 19 de mayo de1943, el Papa Pío XII apeló al presidente estadounidense, Franklin Roosevelt, pidiendo que los bombarderos estadounidenses evitaran la destrucción de Roma, señalando que los tesoros arquitectónicos y religiosos eran patrimonio de toda la civilización humana y cristiana, la misiva del Pontífice señala:

Han pasado ya casi cuatro años desde que, en el nombre de Dios Padre de todos y con el mayor fervor a Nuestro mandato, apelamos (24 de agosto de 1939) a los líderes responsables de los pueblos para que detuvieran la avalancha amenazadora de luchas internacionales y para dirimir sus diferencias en la atmósfera tranquila y serena del entendimiento mutuo. Nada se perdería con la paz; todo podría perderse por la guerra. Y cuando los terribles poderes de destrucción se desataron y barrieron gran parte de Europa, aunque Nuestro Oficio Apostólico nos coloca por encima y más allá de toda participación en conflictos armados, no dejamos de hacer lo que pudimos para mantener fuera de la guerra a las naciones aún no involucradas y mitigar en la medida de lo posible para millones de hombres, mujeres y niños inocentes, indefensos ante las circunstancias en las que tienen que vivir, las penas y sufrimientos que inevitablemente seguirían a lo largo de la franja cada vez mayor de desolación y muerte cortada por las máquinas de la guerra moderna.

 

Lamentablemente, los años siguientes han visto aumentar y multiplicarse las tragedias desgarradoras; sin embargo, no por esa razón, como lo atestigua Nuestra conciencia, hemos entregado Nuestras esperanzas y Nuestros esfuerzos a favor de los miembros afligidos de la gran familia humana en todas partes. Y como la Sede episcopal de los Papas es Roma, desde donde a lo largo de estos largos siglos han gobernado el rebaño que les ha confiado el divino Pastor de las almas, es natural que en medio de todas las vicisitudes de su compleja y accidentada historia los fieles de Italia deben sentirse ligados por lazos más que ordinarios a esta Santa Sede y han aprendido a buscar en ella protección y consuelo, especialmente en horas de crisis.

 

En tal hora de hoy, sus voces suplicantes nos llegan llevadas por su firme confianza de que no quedarán sin respuesta. Padres y madres, viejos y jóvenes cada día piden Nuestra ayuda; y Nosotros, cuyo corazón paternal late al unísono con los sufrimientos y dolores de toda la humanidad, no podemos dejar de responder con los más profundos sentimientos de Nuestra alma a tan insistentes oraciones, no sea que los pobres y humildes hayan depositado en Nosotros en vano su confianza.

 

Y así muy sincera y confidencialmente Nos dirigimos a Vuestra Excelencia, seguros de que nadie reconocerá más claramente que el Jefe del Ejecutivo de la gran nación estadounidense la voz de la humanidad que habla en estos llamados que Nos hacen, y el cariño de un padre que inspira Nuestra respuesta. La seguridad que Nos dio en 1941 el estimado Embajador de Vuestra Excelencia, el Sr. Myron Taylor, y que él mismo repitió espontáneamente en 1942 de que “Estados Unidos no odia al pueblo italiano”, Nos da la confianza que será tratado con consideración y comprensión; y si han tenido que llorar la muerte prematura de sus seres queridos, en sus circunstancias actuales se les evitará, en la medida de lo posible, más dolor y devastación, y sus muchos santuarios atesorados de Religión y Arte —herencia preciosa no de un pueblo sino de toda la civilización humana y cristiana— será salvada de una ruina irreparable. Esta es una esperanza y oración muy querida a Nuestro corazón paternal, y hemos pensado que no se podría asegurar más eficazmente su realización que expresándola muy sencillamente a Vuestra Excelencia.

 

Con sincera oración suplicamos las bendiciones de Dios para Vuestra Excelencia y el pueblo de los Estados Unidos.

 

Vaticano, 19 de mayo de 1943.

Pío PP. XII

Si deseas saber más, visita Franklin D. Roosevelt Presidential Library and Museum (Biblioteca y Museo Presidencial Franklin D. Roosevelt).

Pius XII Letter to FDR.jpg

Una parte de la misiva del Papa Pío XII enviada al presidente Roosevelt el 19 de mayo de 1943, en donde apela a la nación estadounidense a evitar la destrucción de santuarios religiosos y de arte en Italia en bombardeos.

En mayo de 1943, después de que las fuerzas aliadas lanzaran las primeras bombas sobre Rom

En mayo de 1943, después de que las fuerzas aliadas lanzaran las primeras bombas sobre Roma, el Papa Pío XII había escrito al presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, pidiéndole que salvara a Roma en la medida de lo posible. Roosevelt respondió el 16 de junio de 1943 diciendo que “los ataques contra Italia se limitan, en la medida de lo humanamente posible, a objetivos militares”. A pesar de esto, se llevaron a cabo fuertes incursiones en Roma antes de que fuera capturada por los aliados el 4 de junio de 1944. Entre ellas estuvo el devastador bombardeo del 19 de julio de 1943, en el que murieron miles de civiles. En la imagen, la Basílica de San Pedro en 1940.

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