top of page

Una demostración de Auschwitz “en acción” para Himmler

Una imagen de la entrada de trenes a Auschwitz II-Birkenau, en enero de 1945.

Después de haber visitado el nuevo cuartel general del Führer en Vinnitsa, en Ucrania, el 16 de julio, Heinrich Himmler, que había conducido desde su propio centro de operaciones en Zhitomir, voló al día siguiente a la Silesia Superior Oriental y de allí al campo de concentración en Auschwitz-Birkenau, en Polonia.

 

Después de la Conferencia de Wannsee, las políticas de exterminio de los nazis se habían intensificado y se estaban redoblando esfuerzos para llevar a cabo deportaciones en toda la Europa ocupada por los alemanes, asimismo se concluyó la construcción de campos de exterminio modelo, los guetos estaban siendo liquidados.

 

Fue así que Himmler estuvo a tiempo para ver la descarga de los trenes de dos mil judíos deportados desde Holanda, la selección de alrededor de 1,500 de ellos para ser tatuados en el antebrazo y posteriormente enviados a las barracas de Birkenau y la liquidación de los otros 500 en la cámara de gas, la mayor parte de ellos ancianos, niños y enfermos. Observó cómo se alistaban para el siguiente grupo mientras los cuerpos de los exterminados eran echados a los fosos y se limpiaba la cámara de gas.

 

Esa tarde, Himmler fue el invitado principal en una recepción preparada para los jefes de la guarnición de Auschwitz y pidió observar el azote de algunos prisioneros para “determinar sus efectos”.

 

Para el nuevo recluso de Auschwitz, Rudolf Vrba, esa fecha permanecería en su memoria; Vrba había llegado al campo a principios de mes de julio y estaba observando con detenimiento las rutinas y aprendiendo las reglas de sobrevivencia en este nuevo lugar. Los internos se estaban alineando fuera de sus bloques de barracas. La orquesta de Auschwitz, cuyos integrantes eran todos prisioneros, estaba tocando ‘¿Por qué no regocijarnos, cuando Dios nos da salud?’ de la ópera La Novia Vendida, obra del compositor checo Bedřich Smetana.

 

Todos esperaban la llegada de Himmler. Tanto los prisioneros como los hombres de las SS buscaban que la visita del jefe de las SS se realizara sin ningún contratiempo. Pero, ante la solicitud de Himmler para presenciar los correctivos, se descubrió una transgresión insignificante, suficiente para llevar a cabo la demostración:

En la décima fila fuera de nuestro bloque, el jefe del bloque encontró a Yankel Meisel sin su cuota completa de botones para túnicas.

 

Le tomó unos segundos asimilar la enormidad de su crimen. Luego lo derribó con un golpe. Un murmullo incómodo corrió a través de las filas. Pude ver a los hombres de la SS intercambiando miradas tensas y luego vi al jefe de bloque, con dos de sus ayudantes, llevando a Yankel al interior del bloque de barracas.

 

Fuera del alcance de la vista, se comportaron como los hombres que han sido avergonzados y traicionados por su actuar. Ellos lo golpearon y patearon hasta extraerle la vida de él. Lo golpearon con rapidez, frenéticamente, tratando de borrarlo, de sacarlo de la escena y de sus mentes; Yankel, que había olvidado coser sus botones, no tuvo siquiera la gracia de morir de forma rápida y silenciosa.

*

Gritó. Fue un grito fuerte, quejumbroso, irregular en el aire caliente, aplacado. De repente se convirtió en el gemido tenue, lastimero de las gaitas abandonadas, pero no se desvaneció tan rápido. Siguió y siguió y siguió, inundando el vacío del silencio, arrebatando la calma de mentes con riendas fuertes y haciéndolas volcarse con pánico, por encima incluso del feo sonido de los golpes erráticos.

 

En ese momento, creo, todos odiaban a Yankel Meisel, el pequeño viejo judío que estaba echando a perder todo, el que estaba causando problemas para todos nosotros con su larga, solitaria e inútil queja. Ahora él gemía. Vi a un oficial de las SS, con la cara llena de sudor, dio un breve guiño a nuestro bloque. Dos suboficiales corrieron hacia él. Y entonces se hizo el silencio.

 

Los hombres de las SS marcharon con elegancia desde el edificio de piedra y regresaron a sus lugares. El jefe de bloque y sus torpes compañeros carniceros arrastraban los pies tímidamente tras de ellos, heridos por la injusticia de lo ocurrido. De todos los bloques, fue el suyo el que tuvo que hacer una demostración pública y con Himmler respirando en sus cuellos. De todos los hombres, el tranquilo Yankel Meisel tenía que haber hecho un ruido.

Si deseas saber más, lee “I Cannot Forgive” [No Puedo Perdonar], de Rudolf Vrba.

Himmler visitando el sitio de IG Farben, en Auschwitz, Polonia, en julio de 1942.

bottom of page